Muchos místicos, en su camino para encontrarse con Dios, se han referido a un periodo de confusión, tristeza, miedo y soledad al que han denominado «la noche oscura del alma». Muchos de nosotros, aunque no seamos místicos, sí que tenemos la experiencia de que, cuando queremos abandonar ese espacio al que hemos llamado «identidad», entramos en otro que está lleno de dudas y confusión. En este nuevo espacio, que también se llama de «hundimiento», el ser humano se siente perdido y le cuesta pensar con claridad. Todo a su alrededor se ve cubierto por la niebla y ya no sabe hacia dónde va. Emociones como la ansiedad, el miedo o la desesperanza hacen su aparición.La mente enjuiciadora, que lo único que pretende es que, como una oveja, volvamos al redil, empieza a acribillarnos con interpretaciones y valoraciones que a lo único que nos invitan es a dejar de seguir explorando y a volver a nuestro punto de partida, de donde tal vez pensemos que nunca teníamos que haber salido. Es una llamada a la resignación, al conformismo, a creer que la transformación personal sólo es una bella utopía.
Hay que estar muy alerta cuando uno empieza a experimentar esa noche oscura, porque en realidad lo que está ocurriendo es justo lo contrario de lo que parece. Si abandonamos en este momento, si nos dejamos conducir una vez más por nuestras emociones, entonces sí que perderemos gran parte de lo que habíamos ganado atreviéndonos a salir de nuestra zona de confort.
Cuando nos sentimos confusos y perdidos es porque estamos a punto de hacer un descubrimiento, de tener una revelación, ya que tras esa área de oscuridad y hundimiento se encuentra el área de descubrimiento, el espacio donde uno empieza a comprender en hondura ciertas cosas. Es el lugar desde donde se despliega nuestra creatividad y encontramos nuevos caminos para acceder a aquello que previamente, cuando estábamos en nuestra zona de confort, se nos resistía.
No sólo hay que tener un verdadero corazón de guerrero para adentrarse fuera del área de confort, sino que hay que tener ese mismo corazón para seguir avanzando en medio de la confusión y la oscuridad. Mantener el coraje, la confianza y la certeza absoluta de que algo valioso, aunque no lo veamos, está aflorando dentro de nosotros, es esencial.
Nuestra consciencia está despertando, pero nuestra mente intelectual y racional, que depende de nuestro ego, no sabe qué es lo que está ocurriendo, pero sea lo que sea, de alguna manera amenaza su existencia. Es normal esta reacción de nuestra identidad, de nuestro ego, ya que cuando se produzca el verdadero despertar de la consciencia, el ego no morirá, sino que sencillamente empezará a desvanecerse. Será algo así como la oscuridad desvaneciéndose en presencia de la luz.
Si nos sentimos mal cuando estamos en medio de nuestra noche oscura, no es porque estemos mal, sino porque, como estamos acostumbrados a creer que somos nuestra identidad, nuestro ego, las emociones de la identidad que está siendo transformada las experimentamos en nosotros mismos.
De la misma manera en la que el gusano en la fase de crisálida tenía que ser digerido por sus propias enzimas proteolíticas para poder ser transformado en mariposa, también nuestra identidad ha de ser digerida para que surja una nueva presencia mucho más en línea de quienes somos en realidad-
Resistirnos a estas emociones que estamos experimentando es justo lo contrario de lo que hemos de hacer, ya que resistirse es rechazar, oponerse a aquello que en realidad más necesitamos.
Abrazar estas emociones incómodas no es razonable y, sin embargo, desde la perspectiva de una consciencia más elevada, es justo lo que necesitamos hacer si queremos crecer y evolucionar como personas. Es en estos momentos en los que tenemos que tener la firmeza de seguir adelante, de aceptar nuestro sentir y de abrirnos a experimentarlo completamente, rindiéndonos por completo al proceso sanador que tanto necesitamos.
En estos momentos de dolor e, incluso, de amargura pueden existir unas gotas de alegría y entusiasmo al comprender que tras la confusión viene la claridad y que después de la noche más oscura aparece el más bello amanecer. Si conseguimos salir de ese espejismo creado por unas emociones que lamentablemente están la mayor parte de las veces al servicio de nuestra estrecha identidad y de nuestra más que limitada consciencia, nos daremos cuenta de que, cuando nuestra consciencia deja de identificarse con nuestra identidad, con esa definición que hemos hecho de nosotros mismos, accedemos de manera inmediata a nuevas posibilidades para nosotros y nuestras vidas.
Unas posibilidades que antes permanecían ocultas. Es algo así como contemplar las cosas desde un lugar más elevado, con lo cual vemos lo que no se puede ver a ras del suelo.
La búsqueda de uno mismo, de quién se es en realidad, es siempre un acto de heroicidad que implica aprender a superarse a sí mismo una y otra vez, para poco a poco ir expandiendo los límites de la propia identidad. Sólo de esta manera podemos llegar a descubrir lo extraordinario en lo ordinario.
El propio Einstein decía que «en la vida o nada es un milagro o todo es un milagro». Hay dimensiones ocultas de la realidad que sólo se manifestarán una vez que hayamos superado nuestra oscura noche del alma. Nuestros sentidos podrán captar elementos de esa realidad que previamente quedaban tapados por nuestra mente enjuiciadora.
«En el momento en el que nos sentimos perdidos, confusos y frustrados, es esencial que colaboremos conscientemente con el proceso de transformación.»
Es el momento de recordar aquellas palabras que pronunció Nelson Mandela y que escribió Marianne Williamson, en las que decía que el hombre no tiene miedo a su oscuridad, sino a su luz. En el momento en el que nos sentimos perdidos, confusos y frustrados, es esencial que colaboremos conscientemente con el proceso de transformación, y para ello hay varias cosas que podemos hacer, porque todas ellas tienen un impacto en nuestras emociones.
· Mantengamos una postura y unos gestos que transmitan que estamos experimentando un proceso victorioso y no una derrota. Los hombros caídos, la espalda encogida y el pecho retraído son leídos por el cerebro como si algo fuera mal y refuerzan las emociones disfuncionales. Lo mismo ocurre con las caras tristes y el tono de voz apagado. Movámonos con vitalidad, hablemos con entusiasmo y transmitamos pasión en nuestra mirada.
· Durmamos al menos siete horas diarias porque, durante el sueño, el inconsciente sigue trabajando para sacar a la luz lo que ha de salir.
· Procuremos comer con moderación y hagamos cenas ligeras.
· Rompamos el hábito sedentario y hagamos ejercicio físico al menos cinco días a la semana, durante media hora cada día. El ejercicio físico tiene, como ya hemos visto, la capacidad de reducir muchas de nuestras emociones disfuncionales.
· Practiquemos la meditación mindfulness durante diez minutos dos veces al día, hasta llegar poco a poco a veinte minutos dos veces al día.
· Valoremos lo que nos está sucediendo como una gran oportunidad para nuestro crecimiento y evolución.
· No perdamos el tiempo haciéndonos preguntas como: «¿Por qué me siento tan mal?», «¿Qué puedo hacer para sentirme mejor?», «¿Cuál es el origen de lo que siento?». Estas preguntas son una trampa para que lleve mi atención a las emociones y siga atrapado por ellas.
Preguntas distintas, como: «¿Qué hay de estupendo en lo que me está pasando?», «¿Cómo puedo colaborar aún más en mi proceso de transformación?» o «¿Qué es lo extraordinario que voy a descubrir?» hacen que nuestra atención se posicione en la búsqueda del camino de salida y no se quede envuelta en una serie de disquisiciones que no llevan a ningún sitio y que lo único que hacen es mantenernos atrapados.
Cualquier proceso de transformación lleva un tiempo diferente en cada ser humano y sucede cuando menos lo esperamos. Lo único que podemos hacer es allanar el camino y esperar victoria. Es así como obtendremos victoria.
Si queremos experimentar mayor energía y vitalidad, hemos de tener presentes todas nuestras dimensiones, la cognitiva, la emocional, la corporal y la espiritual, porque todas ellas están interconectadas.
Cuando nos damos cuenta de que en realidad somos el espectador que contempla la película, entonces nos estamos identificando con nuestra verdadera esencia, con lo que somos en realidad.
Éste es el plano del ser: hemos trascendido el personaje y nos hemos encontrado con nuestra verdadera naturaleza que es espiritual. Es esta distancia del drama lo que le permite mantener una serenidad y una ecuanimidad sea lo que sea lo que ve en la pantalla. Por eso, hay personas que ante las circunstancias más duras no pierden ni su equilibrio ni su paz interior.
Cuando uno despierta a lo que es su verdadera identidad, su verdadera naturaleza, se abren múltiples posibilidades:
- Desde esta dimensión, se experimenta el dolor, pero no el sufrimiento. Hay dolor cuando hay una pérdida, pero no se piensa reiteradamente en una cosa hasta que le arruina a uno la vida.
- Hay un desapego emocional que significa lo siguiente: uno puede experimentar la emoción, pero sin quedar atrapado en ella.
- Hay una percepción diferente de la realidad y se ven muchas cosas que antes no se veían y se oyen cosas que antes no se podían oír.
- Se ve la profunda interconexión de todo con todo y desaparece la ilusión de separación. De alguna manera descubro que el daño que hago a otros se vuelve contra mí, y que el daño que hago a la Tierra, me lo estoy haciendo a mí mismo.
- Se da un paso más allá de lo que Einstein mostró. En la nueva Tierra desaparece la ilusión del tiempo y sólo existe un presente continuo, sólo está el aquí y ahora.
- Existe una sensación de paz y de serenidad imperturbable, incluso cuando en el plano de la identidad se estén experimentando unas circunstancias muy duras.
- Existe libertad de elegir, porque uno ha trascendido sus hábitos, sus reacciones automáticas, sus automatismos, sus patrones habituales de respuesta.
- Se tiene la claridad para comprender el sufrimiento que acarrea vivir atrapado en el plano de la identidad y, por eso, existe no sólo una profunda compasión, es decir, una comprensión del sufrimiento de los demás y del origen de su conducta, sino que se alcanza una capacidad de perdón que no se puede lograr desde el plano de la identidad.
- No existe lenguaje. Es por eso que los que han experimentado destellos de esta nueva Tierra o viven de forma habitual en ella, pueden orientar, explicar y describir, pero no pueden transmitir por medio del lenguaje la experiencia de estar allí.
- Se experimenta el amor incondicional, porque desde este ángulo sólo se percibe la belleza en los otros, aunque se comprenda que en el plano de la identidad esta belleza se encuentra muchas veces tapada por capas de fealdad.
- No existen las formas y, sin embargo, se tiene acceso a la capacidad de crear y manifestar todo tipo de formas en ese plano de la realidad en el que se mueve nuestra identidad.
- Hay un nivel extraordinario de inteligencia y de sabiduría y, por eso, existe un nivel de claridad incomprensible e inaccesible desde el plano de la identidad.
Cuando una persona deja de identificarse plenamente con su mente, con sus pensamientos, juicios, valoraciones y emociones, comprende que es algo más, mucho más que sus ideas y sus opiniones. Entonces empieza a comprender qué es lo que hay detrás de la expresión «yo soy».
Dr. Mario Puig
No hay comentarios:
Publicar un comentario