A medida que profundizamos un poco más en
nosotros, nos encontramos con que muchas cosas que antes nos ilusionaban ahora
de repente nos damos cuenta de que son niñerías y esto nos obliga a cambiar
nuestra escala de valores. Cuando esto lo descubrimos de un modo claro,
definido, apenas presenta problema si realmente estamos decididos a proseguir
nuestro camino cueste lo que cueste.
El verdadero problema surge cuando apunta la
nueva etapa, pero aún no estamos establecidos en ella. Cuando estamos a punto
de llegar a un nuevo estado pero todavía no hemos llegado a él, porque entonces
nos damos cuenta de que tal circunstancia o situación, la que sea, nuestro
círculo social de amigos, nuestras costumbres y aficiones a las que hasta ahora
hemos estado muy adheridos, están amenazando ya en desligarse y perder todo
interés. Y esto sí que a veces produce miedo, perplejidad y vacilación por
nuestra fuerte identificación con todo ello.
Debemos
darnos cuenta de que cada vez que sintamos estos miedos y estas dudas es que
progresamos. No hemos de ver estas crisis como algo negativo, sino como puntos
de referencia positivos de nuestro avance. Si no progresáramos no aparecerían
miedos nuevos ni nuevas inquietudes. Desde este punto de vista cada vez que nos
encontramos mal es que vamos bien, porque al fin y al cabo para seguir
encontrándonos como ahora no valía la pena movernos de sitio.
Siempre que hay un trabajo de profundización,
un ensanchamiento de conciencia hay también algo que cae, algo que se suelta.
Puede ser que a veces se perciba antes lo que se suelta que el nuevo estado
interior que se encuentra detrás.
Si
primero se percibe lo positivo, estupendo, ya que lo antiguo cae como una fruta
madura, sin ningún esfuerzo, como el adolescente se desprende con naturalidad
de los juguetes que le apasionaban unos años atrás.
Pero cuando primero uno siente que aquello va
a caer y todavía no vive lo que hay detrás, el nuevo estado subjetivo, el grado
de iluminación correspondiente, entonces es inevitable que sufra la crisis como
algo intenso y doloroso. En esos momentos es cuando uno ha de aprender a tener
discernimiento y serenidad, y darse cuenta de que siguiendo el trabajo, a pesar
de todo, descubrirá al fin el poco valor y consistencia que tiene la costumbre
antigua a la que aún tan fuertemente se agarra.
Hemos de ver claro que en el trabajo interior
vamos a ganar. Y a ganar no ya los objetos o las situaciones a que estamos
adheridos, sino precisamente lo que vamos buscando, lo que estamos poniendo de
valor en aquello. Porque siempre, de un modo o de otro, buscamos en cualquier
cosa mayor plenitud, mayor satisfacción, mayor realidad. Y esto es precisamente
lo que encontramos de un modo real y permanente. Por eso es importante que aprendamos
a ver las crisis como amigas, como indicadoras de nuestro adelanto; nunca como
barreras ante las que uno retrocede. Es evidente que todos las encontraremos en
nuestro trabajo. Pero es que si no las encontramos porque trabajamos, las
encontraremos igualmente porque la vida nos las impondrá. Y más vale que
aprendamos a ir por nuestro pie y por la vía positiva de ir descubriendo lo
bueno que se oculta detrás de todas las formas y de todas las apariencias, que
no que la vida nos arranque las cosas de un modo violento en su sereno pero
inflexible devenir.
A. Blay
Recogí parte del post en http://unbosqueinterior.blogspot.com/2013/02/retener-o-soltar.html
ResponderEliminarTu blog tiene una gran sutileza, un modo de hacer luminoso.
Gracias Gadmin! Un cálido abrazo!
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