¿Qué es la Realidad?
Antonio Blay (enseñanzas de Ramana
Maharshi)
Nosotros
somos plenitud, somos realidad. Entonces, ¿cómo es que nos planteamos
problemas?, ¿cómo es posible que nosotros seamos plenitud, seamos realidad y
que no obstante no nos demos cuenta? Es que lo que ahora decimos que es nuestra
conciencia no es nada más que un solo rayo de luz, es la noción de realidad y
mucha sombra.
La
sombra es ausencia de luz, no es nada de por sí. Si pudiéramos afirmar «yo
soy», si quisiéramos adoptar la actitud mental de plenitud que fuéramos capaces
de actualizar ahora, la que está a nuestro alcance en este momento, no haríamos
nada más que convertir en acto lo que ya está en nosotros permanentemente.
Como no se
trata de adquirir nada, ni de incorporarnos absolutamente nuevas ideas, ni
nuevos sentimientos del exterior sino que está todo dentro, en la medida en que
seamos capaces de adoptar interiormente la actitud de ser, de plenitud, de
felicidad, de realidad, de poder, en esta misma medida nos iremos recuperando,
redescubriendo la verdad.
Es
sencillo, pero nos cuesta porque estamos hipnotizados por nuestro hábito de
pensar que «yo soy esto», «soy poca cosa», «tengo problemas», «no realizo mi
ambición». Esta es la ignorancia. La ignorancia no consiste en que nos falte
conocer alguna nueva verdad, sino en creer que yo soy una cosa que no soy, en olvidar lo que
realmente soy y en el fondo estar buscándolo constantemente
durante toda la vida. Cuando por la mañana nos despertamos, recuperamos nuestra
conciencia de personalidad, pero en realidad con conciencia de personalidad o
sin ella, hemos sido siempre el mismo. Se trata pues de volver a recuperar
nuestra noción de realidad, y esto no por ninguna maniobra externa, no porque
nadie nos dé ninguna clave, ningún secreto, sino simplemente por el hecho de
vivir de un modo directo, inmediato nuestra aspiración, por vivirla en presente.
Hay
que utilizar el poder de afirmar, el poder de actualizar, hay que tener el
coraje de realizar todo lo que estamos aspirando, todo lo que estamos
intuyendo, de disponernos interiormente como si ya lo viviéramos, como si ya lo
fuéramos. Es esto que cuando no se ve parece un absurdo y cuando se ve resulta
transparente. Ya somos todas estas cosas; lo único que nos impide vivirlo son
nuestras ideas negativas, nuestras actitudes de limitación. En la medida en que
vayamos reafirmando en nosotros las actitudes positivas y las ideas amplias de
afirmación total, lo único que haremos será recuperar la verdad, lo que
realmente somos. Pero tenemos miedo. Y el miedo impide pensar bien, sentir
bien, actuar bien.
¿De qué tenemos miedo?
Tenemos
miedo de que nos venga algún daño, algún perjuicio de un modo u otro. De nuevo
estamos proyectados hacia fuera, pendientes de la realidad exterior que ha de
venir a confirmar o negar nuestra realidad personal. Démonos cuenta de este
engaño, no hemos de depender en nuestro ser de nada del exterior en absoluto.
Porque lo que somos lo somos con exterior y sin exterior. Y hemos de ser
capaces de volver a descubrir nuestra realidad, volver a, vivirla, a vivirla en
presente, tener el valor de poder afirmar «yo soy». Y que la mente se dirija
sin vacilación a tomar plena conciencia de este acto de ser, investigando sin
cesar. Que investigue a pesar de los miedos, que adopte la actitud de apertura
interior, de abrirse ante todo lo que sea verdad, pase lo que pase. No hemos de
tener nunca miedo a la verdad.
Descubrir lo
que somos, lo que es nuestro ser, lo que hay en el eje de nosotros mismos. Esto
no nos ha de producir nunca miedo, ni nos ha de desviar si evitamos
cuidadosamente formarnos falsas ideas o ideologías, si buscamos directamente la
experiencia.
Todo lo que nos da valor es nuestra experiencia.
Nuestro desarrollo es producto de la experiencia. No de teorías ni de ideas,
sino de la experiencia, de lo que vivimos de un modo directo e inmediato. Hemos
de llegar al fondo de esta experiencia hasta vivir realmente quien soy yo, qué
experimento, quién es ese que está detrás de cada experiencia. Sin confundir el
yo con ninguna experiencia particular. Buscar este centro que une todos los
radios, este «yo» que está detrás de cada instante.
Eso
sólo depende de nosotros. No hemos de echar la culpa a nadie. No hemos de
quejamos de la vida. La vida está bien hecha, el mundo está bien hecho. Es
nuestra mente la que tiene sombras, que está medio cerrada, en un período
infantil. Y tiene exigencias de persona mayor. Nuestra mente es la que ha de
volver a su sitio, a su fuente, en lugar de vivir como los niños pendientes de
todas las cosas que brillan, de todos los detalles externos.
Aprender a
que nuestra mente se abra hacia dentro, hasta que llegue a vivir bien lo que
constituye el centro, la fuente y el eje de cada uno de nuestros actos, de
nuestros pensamientos, de nuestros impulsos. Todo se reduce a un problema de
completa apertura interior de la mente.
Esto se
puede hacer en silencio, en meditación, siempre con la investigación constante
«¿qué soy yo?». Pero también se puede practicar sobre la marcha, mientras
actuamos, a condición de que lo hagamos con todo nuestro ser, con toda la
fuerza, con toda la capacidad y que mientras actuemos así permanezcamos
despiertos. Porque al actuar con toda nuestra capacidad, esta capacidad se hace
para nosotros una realidad consciente. Y cuando somos conscientes de toda la
realidad y de toda la capacidad, inmediatamente percibimos lo que hay detrás de
ella. Si vivimos de un modo superficial, en este ambiente habitual de
seguridad, con esta política de no arriesgarnos, de no aventurarnos, de ir
tirando, no podemos pretender llegar a ninguna verdad con mayúscula, a ninguna
realización capital.
Si queremos
vivir así, conforme, pero hemos de saber que toda la vida nos la pasaremos «a
medias tintas». El que sienta la urgencia de descubrir la verdad ha de estar
dispuesto a luchar por ella del todo, a vivir del todo. Este «del todo» no
quiere decir que tenga que ser muy impulsivo, significa que debe ser muy
generoso, estar muy abierto por dentro, sin reservas ni salvedades, con toda su
capacidad en lo que hace y estar muy abierto mentalmente para percibir toda la
fuerza que nos lleva a actuar y el eje que hay detrás, que es la fuente de
donde brota esa fuerza.
O
sea que el camino está a nuestra disposición. Es un problema de disposición
interior, de coraje, de espíritu de aventura, de lanzarse a vivir. Aunque
exteriormente uno puede seguir haciendo exactamente lo mismo que hace de
ordinario, porque el trabajo de realización no consiste en hacer nada exterior.
Muchas veces le han preguntado a Ramana
Maharshi «Yo voy a renunciar a la familia y voy a hacer vida de monje
peregrino, porque eso me facilitará la liberación», y él siempre ha contestado
más o menos lo mismo: «¿Qué sacarás de dejar tu casa si llevas contigo tu «yo»
y todo su equipaje? La realidad la tienes igual en tu casa que en todas
partes».
El
verdadero abandono, el verdadero sacrificio, es el sacrificio del yo; el
verdadero silencio es el silencio del yo, no el silencio exterior. La verdadera
abnegación no consiste en sacrificar cosas exteriores, aunque esto puede
circunstancialmente ayudar, sino en ofrecer el yo, en ofrecer nuestra idea de
ese «yo», y no otra cosa cualquiera.
Exteriormente podemos hacer el mismo trabajo,
dedicarnos a nuestro quehacer habitual, pues es un proceso puramente interior.
No se trata de hacer nada fuera con mucho coraje, con mucho genio, no; la
energía es interior, tenemos que emplearla frente a nosotros mismos, no frente
a los demás, porque es a nosotros a quien tememos, no a los demás. Cuando
estamos solos continúan exactamente los mismos problemas. Y si creemos que
solamente tenemos problemas ante la gente, nos equivocamos, porque en realidad
lo único que hace la gente es despertar los problemas que existen en el
interior. Los problemas están en nuestro interior.
Hemos de
aprender a estar con todo nuestro yo presente en lo que hacemos, como si en
cada situación nos jugáramos la vida, o como si fuéramos a morir. Parece muy
dramático, pero no lo es, antes al contrario. Desde el punto de vista de la
realidad, más bien es una broma, un juego. Porque lo que nos vemos obligados a
abandonar con tanto sentimiento, con tanta pena, es justamente lo que nos
obstruye y nos perjudica, lo que está vacío y no tiene valor ni realidad. Son
cosas que parecen difíciles si uno no puede intuirlas directamente.
Al llegar a la realización, todos
los problemas de la vida quedan resueltos. ¡Y pensar que se han vertido
toneladas de tinta en libros de filosofía! Hemos tenido a veces que aguantar
discusiones y demostraciones aburridísimas en los intentos de explicación del
por qué y del cómo de la vida, de la naturaleza, del hombre, de Dios.
Cuando
se intuye la realidad se da uno cuenta de que hay un error constante de perspectiva
en el planteamiento de la mayoría de los problemas y de los postulados tal como
suelen exponerse en las teorías filosóficas. Es que superponen siempre dos
cosas: el problema de Dios y el problema del mundo; el problema de lo Absoluto
y el problema de lo relativo; el problema de lo Uno y lo múltiple, entre lo
Absoluto y lo relativo, entre Dios y la criatura. Esto que nos parece muy
natural, es completamente falso desde su misma formulación inicial. Lo que pasa
es que sólo se percibe claramente la falsedad cuando existe una profunda
experiencia interior. Uno se da cuenta entonces de que no es posible parangonar
lo absoluto con lo relativo, porque una de dos, o vivimos con conciencia de lo
relativo y entonces lo absoluto es una pura hipótesis, o vivimos con conciencia
de nuestra noción de absoluto y entonces lo relativo no tiene realidad.
Por tanto no
se pueden establecer nexos entre una cosa y la otra; son estados de conciencia,
grados de luz, pero no son relaciones de razón, relaciones lógicas de ninguna
clase.
O sea que la
mayor parte de los problemas desaparecen por completo en el orden filosófico.
Esto demuestra una vez más que el camino de la especulación no es el que nos
puede conducir a la realización. La India tiene eso de bueno, que fundamenta el
trabajo interior en la experiencia, no en teorías. Y eso considero que no tiene
precio, y es lo que pretendo inculcar. Dejemos
de especular, de teorizar, de criticar, de preguntar y de contestar.
Simplemente aprendamos a mirar, a abrir nuestra mente, aprendamos a ser más
sinceros, más despiertos, más nosotros mismos, ante nosotros mismos y ante las
cosas. Que nuestra mente se mantenga abierta, sin prisas pero viviendo cada
situación de un modo total. Y aseguro que entonces todos los problemas de tipo
teórico y de tipo práctico, todos los problemas afectivos y los problemas de
aspiraciones aún no realizadas quedarán completamente solucionados. Porque en
la medida en que lleguemos a la realización, quedaremos satisfechos del todo,
no por compensación, sino en la verdadera moneda.
Una
vez más digo que toda la satisfacción que buscamos en las cosas procede de esta
realidad central, del mismo modo que como decíamos en otro lugar, todo amor que
ponemos en las personas no es más que una expresión del amor único que se
expresa a través nuestro. Por lo tanto, cuando vamos derecho a esta fuente no
hacemos sino encontrar lo mismo que andábamos buscando, pero del todo. No es
una mera compensación psicológica sino que es el encuentro con la verdad, el
descubrimiento de la evidencia total, lo mismo que en realidad deseábamos
aunque sin saberlo bien.
Es preciso
que aprendamos a ver que esta investigación de la realidad no es algo que nos
aleja de la vida, que nos aleja de la gente. No nos aleja de nada; al
contrario, es lo único que nos conduce al centro de la vida, al centro de
nosotros mismos, al centro de las demás personas y de las cosas, y el único
sitio desde donde se ve cada cosa mejor y del todo es desde su centro.
El único sitio desde donde uno puede manejar
toda la cosa, la que sea, es desde su centro. Por lo tanto cuando hacemos esta
investigación y nos acercamos a nuestro centro estamos llegando al centro de
todo, incluso al centro de nuestras actividades, al centro de nuestra relación
con la gente, al centro de nuestra capacidad mental, etc. No temamos que la
realización nos aleje de la vida; nos alejará de nuestras falsas ilusiones de
la vida, pero nos dará a cambio una perspectiva cierta, real, total de lo que
es la vida.
Muchas veces
se plantea como problema la afirmación de la Advaita Vedanta que dice «todo lo
que existe es ilusorio, sólo Brahma es real» y por otro lado afirma «el
universo es Brahma». Esto nos parece un absurdo, una cosa muy difícil de aceptar.
Es porque no se acaba de ver bien. Todo es real porque sólo existe la realidad,
no existe nada que no sea la realidad. De un modo intuitivo podemos verlo y
aceptarlo. El error está en querer ver dos valores: absoluto y relativo. Pero
desde el momento en que tenemos esta intuición de lo real, vemos todas las
cosas insertadas en lo real, en función de lo real, en su dimensión real. Y de
repente descubrimos que todo es real, pero todo es real desde su centro; todo
es ilusorio cuando confundimos la forma, el nombre con la realidad. Sin
embargo, incluso esa forma y ese nombre adquieren realidad cuando los podemos
vivir desde el centro.
Este
es un camino que debe ser recorrido personalmente. La mera lectura, la
reflexión y la especulación no nos harán adelantar un solo paso. Quienes
sienten auténtico interés por el conocimiento de la verdad, por la filosofía
viva, deben tener muy en cuenta que nuestra capacidad de descubrir la verdad no
depende sólo de nuestra aptitud intelectual sino además de la profundidad de
nuestra experiencia interna. Es ésta la que proporciona unos datos, una perspectiva
y una evidencia que nada ni nadie más pueden darnos. Por eso el camino de la
autoinvestigación debe ser recorrido a pie, paso a paso, experimentalmente.
Está en nuestra mano el hacerlo. Es el camino para aquel que tiene interés en
vivir la realidad desde su nivel mental. El camino del Jñana Yoga conduce a esa
experiencia, a esa vivencia de la realidad que al mismo tiempo es plenitud
interior, amor perfecto y conciencia del poder total, porque arriba todo se
junta. Es abajo, en el punto de partida del camino donde hay separación y
diferencias y donde nos encontramos que a uno le será más fácil subir a través
de la autoinvestigación, hecha de esta manera que estamos describiendo; a otro
le resultará más sencillo subir por el sendero del amor, y a otros por otros
caminos.
Tampoco hay
inconveniente que uno siga al mismo tiempo varios caminos. Sólo que entonces ha
de tener cuidado especial en que la diversidad de técnicas no disminuya o
disperse la plenitud de dedicación. Es preciso que lo que cada uno siga lo siga
del todo, que lo siga con toda su fuerza, con toda su capacidad y que esta
total capacidad se renueve a cada momento. Si ahora, por ejemplo, yo me pongo a
mirar y a buscar con toda mi capacidad de investigación qué es el yo, esto no
me da ninguna garantía que de hecho esté utilizando toda mi verdadera
capacidad, sino tan sólo la que yo puedo disponer en ese momento. Pero
precisamente por esto, a medida que utilice toda mi capacidad disponible ahora
se irá desarrollando más y más esta capacidad. Por eso esta actitud de total
dedicación tiene que estar renovándose constantemente. Es hacer un acto de
entrega total, renovándolo cada vez del todo según nuestra capacidad del
momento. Al final, esta entrega renovada conduce a la plena experiencia. No hay
en ello error posible. Es la gran ventaja de lo experimental, que no hay error
porque no se trata de especular, de teorizar, no se trata de decirme que soy
una persona muy lista o muy buena, etc., no he de convencerme de nada. Se trata
de ver lo que soy, de vivirlo, de vivirlo de veras, de un modo total, y es en
lo único que no puede haber error. El error puede existir siempre en un proceso
intelectual, proceso de adquisición de conocimiento de las cosas, de datos;
pero en lo que es tomar conciencia directa, inmediata de sí mismo, en esto no
hay error posible. Al decir «yo» me refiero a algo que siento de modo directo e
inmediato. Se trata que este «yo» que resuena en mí aprenda a vivirlo más y más
mediante la centración mental, mediante la apertura y la penetración. En esto
no hay error porque no hay especulación, comparación, no hay adjetivos. Es
buscar el sustantivo, el único, del cual se derivan los demás. Este único
sustantivo es ser, el
ser que soy, la realidad central.
Porque
no tenemos esta evidencia clara de nuestra realidad profunda, total,
incondicionada, estamos poniendo constantemente condiciones a nosotros mismos y
al mundo que nos rodea. Buscamos la libertad y nos creemos que consiste en
manejar las cosas, en hacer más combinaciones con ellas. No, la suma de los
relativos nunca nos dará un absoluto. Es otra noción, otra dimensión. No
llegaremos al conocimiento, a la realidad atareándonos con los datos, con las
ideas. Por mucho que andemos con sueños no descubriremos nuestra personalidad
como seres concretos de conciencia vigílica. Se trata de un nuevo plano, de un
nuevo nivel de ser. Esta experiencia, la única que nos conducirá a la
realización, es una experiencia que está en nosotros, a nuestro alcance y que
sólo espera que dejemos de estar confundiéndonos con las cosas, con nuestro
nombre, con nuestras condiciones, con nuestras circunstancias, para que podamos
respirar hondo y sentir realmente que soy yo.
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