En
el estado de lucidez no hay miedo, ni necesidad de asegurar algo, no hay deseos
de continuidad, ni temor a perder, no hay exigencia de reciprocidad, porque no
hay nada que perder, ni nada que ganar.
Es una expresión espontánea de lo que siempre
ha estado y está ahí, un potencial inmenso, infinito y que se expresa por sí
mismo. Nadie puede herir a nadie si está instalado en la verdad.
El amor lúcido es un estado inocente, una
gracia divina, que no se busca mediante esfuerzos o méritos. La lucidez llega
como gracia al investigar lo que la lucidez es.
El amor no es controlar, manipular, vivir con
astucia, no es acumular información para dominar a otros, no es envidia,
ofensa, comparación no es ignorar nuestra esencia.
El amor es inocencia, madurez, no envidia, no
ofensa, no comparación, no posesión. El amor es completo en sí mismo, no
necesita compañía.
Quien no ha descubierto el amor como estado
del ser, lo vive como una exigencia a los demás, como un querer repetir las
satisfacciones placenteras, como una demanda de emociones y sentimientos que
luego cambian a lo opuesto, quedando un vacío.
Pero si comienzo a observar para descubrir
con lucidez lo que sucede, me doy cuenta de lo que va apareciendo, y veré que
se va integrando gracias al amor. Para descubrir este amor, sabremos que no
está en el tiempo, para investigarlo hemos de dejar que surja como inspiración,
y si estamos lúcidos, si comprendemos el amor como un estado nuevo, sobrevendrá
de un modo natural, porque es lo real.
Ser bueno o malo desde la personalidad es
como una comedia vista desde la verdad.
El amor surge de la comprensión, al no
comprender surge la separación.
El amor no es lo que se suele conocer por
amor, no es sentimientos, ni emociones, ni sensaciones que nacen de la
separatividad porque uno necesita al otro. En el amor no hay otro. Si me quedo
en las sensaciones, emociones agradables, al no tenerlas sobreviene la
angustia; pero si me quedo en silencio y miro con sinceridad, estas
sensaciones/emociones no tienen el resplandor del amor que intuyo. El amor
surge cuando hay libertad.
El otro no es separado de mi por lo que no
tiene sentido tratar de poseerlo.
Como el amor no es nada de lo conocido, lo
descubriré sin buscarlo, con una mente inocente, que carece de información. La
inocencia es un estado original que no tiene que ver con los años, ni
experiencias, ni conocimientos adquiridos, es un estado claro y simple, sincero
y en soledad, anterior al pensar.
Al estar libre para comprender como funciona
la interacción humana ya no me hieren, el amor es inocente, no hiere. El amor
está ahí con objetos o sin ellos, no necesita del otro. El amor ilumina un
objeto, otro o ninguno, sin perder su plenitud.
En la inocencia se borra el pasado, nada se
guarda, nada se repite.
Así como la luz no puede dejar de iluminar,
el amor no puede dejar de amar. Si soy amor, no necesitaré buscarlo afuera, lo
que sea preciso en la interrelación, la vida se encargará de presentarlo.
No he de controlar los deseos que surgen
cuando vivo limitaciones, pues al controlar, lo que hago es deformar el vivir,
más bien comprenderé desde un lugar donde no esté identificado, puedo
experimentar con mi cuerpo una sensación agradable sin estar yo atado a ella,
sin identificación.
El milagro es vivir desde el verdadero amor.
El amor es siempre nuevo, siempre está
naciendo. El enamoramiento de dos personas es real y nunca deja de ser un
enamoramiento del amor.
El amor renueva, vitaliza, rejuvenece, y si
ese amor produce esto, lo que producirá el enamoramiento total del amor en sí;
al comprender todo, abrazamos todo, la pasión nos lleva sin medida fuera de lo
racional. Este amor verdadero es el creador de lo nuevo, ajeno a la memoria,
deshace las barreras de separación que se levantaron por la incomprensión.
Comprenderé la vida aprendiendo a ser
consciente, expandiéndome gozosa en libertad.
inspirado en Consuelo Martin
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