La
mente debiera funcionar como un registro y un transformador de entradas y
salidas: percibo una situación que llega hasta el fondo; la mente entiende el
significado de la situación y provoca una respuesta del fondo total a la
situación.
En el niño pequeño ocurre a cada momento hay una entrada hasta
el fondo y una salida de éste totalmente completa, adecuada a la situación, es
decir que la situación no deja residuos porque la respuesta es completa. Pero
precisamente el proceso en la infancia por el cual yo me adhiero a un modelo
que trato de cumplir y luego me identifico con la idea que me hago de mí, hace
que haya un montón de cosas que yo no puedo expresar o que trato de no admitir.
Es decir, interviene una censura constante, lo mismo de lo que me viene del
exterior y de lo que tiende a salirme del interior.
Todo esto hace que este funcionamiento libre
y completo, total, deje de funcionar, así entonces vayan quedando dentro de
nuestra mente profunda (inconciente) una cantidad, sea de ideas, sea de
emociones, sea de energía vital, en forma de protestas, en forma de
resentimiento, en forma de deseos, en forma a veces de ideas muy buenas, de
aspiraciones muy buenas. De manera que lo mismo hay cosas en el lenguaje
corriente podemos llamar buenas, como malas, que han quedado dentro porque la
censura no ha permitido que salgan, y eso hace que haya unas situaciones que
han quedado interrumpidas, que han quedado a medio vivir, y esas situaciones a
medio vivir, están empujando desde dentro para acabarse de vivir, porque lo
natural es la vida total. Cuanto más cosas hay, mayor es el esfuerzo que he de
hacer para evitar que salgan, lo cual equivale a decir: ”cuanto mayores
presiones tengo, con mayor tensión vivo”, porque ese esfuerzo para que no
salgan es el que crea la tensión: tensión mental, tensión emocional y tensión
física.
Yo no tengo libre acceso al fondo central
que soy si no limpio, si no vacío, si no liquido todas esas cuentas pendientes
que hay en mi interior, y esto es una necesidad natural. Yo puedo vivir con
todo eso a cuestas, pero un día u otro, aunque sea al dejar el cuerpo físico,
todo eso tendré que revivirlo en un intento de liquidarlo, y esto es lo que
constituyen los estados post-mortem, que se llaman a veces de cielos o
infiernos intermedios o el purgatorio.
Es revivir todas las cosas que están
pendientes porque entonces desaparece la censura, la capacidad de censurar, o
por lo menos disminuye mucho y todo lo que está dentro empujando tiende a
salir.
Las cosas que no he vivido, que no he acabado
de vivir ¿porqué no las he acabado de vivir?. Porque mi mente consciente ha
dicho no, ha censurado, ha dicho: “prohibido”, sea porque no está de acuerdo
con la moral aceptada, sea porque yo tengo miedo de sentirme mal o porque se
opone al modelo ideal que yo me he hecho de mi mismo. Por una u otra razón la
cosa ha quedado interrumpida por un gesto de contracción mental que quiere
decir “no”. El “sí” quiere decir apertura, el “no” quiere decir contracción.
Se trata de que viendo la necesidad de vivir
toda mi verdad, en lugar de decir “no” a la situación yo le diga “si”. Se trata
del gesto interior por el cual yo acepto vivir todo aquello que está pendiente,
sea agradable o desagradable, por una exigencia de vivir toda mi verdad, de ser
sincero, de ser yo de una pieza.
El modo concreto de proceder es: en una
situación de tranquilidad, de relajación, evocar la situación, una situación
que uno recuerde, que sea la más dura, aquella situación que ha dejado en mí
como una carga, un peso, y que de algún modo está lastrando toda mi vida. Tal
vez el caso de resentimiento hacia la madre porque uno no ha recibido el afecto
y comprensión que esperaba sino quizá lo contrario, y entonces, eso es un peso
que está dentro o puede ser cualquier otra situación.
Entonces se trata de revivir la situación. Y
revivir la primera, la más antigua, la inicial, la más profunda si uno se
acuerda. Si no, partir de lo que uno recuerda, y permitir, manteniéndose muy conciente, que esa situación adquiera en
mi mente toda la fuerza que tenía en su momento. Se trata, pues, no solamente de
recordar, sino también sentir lo que va junto con el recuerdo. Esta fase del
sentir es fundamental. Veréis que cuando uno empieza a evocar la situación y a
permitirse sentir viene inmediatamente una tendencia
a cerrar o a reaccionar en contra,
que es lo que hemos estado aprendiendo a hacer toda la vida, desde
pequeños, y ahí es cuando, estando alerta, debemos decir “no”.
Ante esa situación no debo quejarme, no debo
agredir, no debo cerrarme y huir, debo vivir la situación del todo y aceptar el
malestar que produzca. Es aceptar aquella realidad tal como está grabada
dentro. Esto, a veces, puede ser muy difícil porque dentro puede estar
registrado como algo muy penoso, muy desagradable, y se trata de que, en la medida que yo pueda, acepte
vivirlo. Aceptar simplemente, que no es
interpretar, no es justificar; simplemente aceptar vivir, que es lo que yo no
acepté en su momento.
Cuando yo voy permitiéndome sentir todo, sin
reaccionar agresivamente, sin huir, entonces llega un momento en que, después
de pasarlo mal y permitir que este pasarlo mal lo viva abierto, con sinceridad, a fondo, curiosamente desaparecerá
el malestar. No porque yo lo elimine, lo borre, lo inhiba, sino porque
desaparece.
Cuando
yo permito que una experiencia se viva desde el fondo, el fondo la absorbe y la
liquida completamente, tanto la idea como la carga emocional y el dolor. El
fondo tiene el poder de absorber y diluir definitivamente toda experiencia.
Es porque no hemos permitido que la experiencia penetrara hasta el fondo por lo
que ha permanecido en nosotros. Se trata de abrir la mente, lo cual quiere
decir aceptar vivir la cosa como idea, como imagen, como sentimiento, como
dolor, como placer, lo que sea; libremente. Y cuando yo lo admito y me mantengo
así, aquello que estaba detenido dentro fluye hasta el fondo y se diluye
definitivamente.
Material de Antonio Blay
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