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sábado, 23 de marzo de 2013

¿Qué es la Realidad?



¿Qué es la Realidad?
Antonio Blay (enseñanzas de Ramana Maharshi)

  Nosotros somos plenitud, somos realidad. Entonces, ¿cómo es que nos planteamos problemas?, ¿cómo es posible que nosotros seamos plenitud, seamos realidad y que no obstante no nos demos cuenta? Es que lo que ahora decimos que es nuestra conciencia no es nada más que un solo rayo de luz, es la noción de realidad y mucha sombra.
  La sombra es ausencia de luz, no es nada de por sí. Si pudiéramos afirmar «yo soy», si quisiéramos adoptar la actitud mental de plenitud que fuéramos capaces de actualizar ahora, la que está a nuestro alcance en este momento, no haríamos nada más que convertir en acto lo que ya está en nosotros permanentemente.
  Como no se trata de adquirir nada, ni de incorporarnos absolutamente nuevas ideas, ni nuevos sentimientos del exterior sino que está todo dentro, en la medida en que seamos capaces de adoptar interiormente la actitud de ser, de plenitud, de felicidad, de realidad, de poder, en esta misma medida nos iremos recuperando, redescubriendo la verdad.
  Es sencillo, pero nos cuesta porque estamos hipnotizados por nuestro hábito de pensar que «yo soy esto», «soy poca cosa», «tengo problemas», «no realizo mi ambición». Esta es la ignorancia. La ignorancia no consiste en que nos falte conocer alguna nueva verdad, sino en creer que yo soy una cosa que no soy, en olvidar lo que realmente soy y en el fondo estar buscándolo constantemente durante toda la vida. Cuando por la mañana nos despertamos, recuperamos nuestra conciencia de personalidad, pero en realidad con conciencia de personalidad o sin ella, hemos sido siempre el mismo. Se trata pues de volver a recuperar nuestra noción de realidad, y esto no por ninguna maniobra externa, no porque nadie nos dé ninguna clave, ningún secreto, sino simplemente por el hecho de vivir de un modo directo, inmediato nuestra aspiración, por vivirla en presente.

  Hay que utilizar el poder de afirmar, el poder de actualizar, hay que tener el coraje de realizar todo lo que estamos aspirando, todo lo que estamos intuyendo, de disponernos interiormente como si ya lo viviéramos, como si ya lo fuéramos. Es esto que cuando no se ve parece un absurdo y cuando se ve resulta transparente. Ya somos todas estas cosas; lo único que nos impide vivirlo son nuestras ideas negativas, nuestras actitudes de limitación. En la medida en que vayamos reafirmando en nosotros las actitudes positivas y las ideas amplias de afirmación total, lo único que haremos será recuperar la verdad, lo que realmente somos. Pero tenemos miedo. Y el miedo impide pensar bien, sentir bien, actuar bien.

¿De qué tenemos miedo?
  Tenemos miedo de que nos venga algún daño, algún perjuicio de un modo u otro. De nuevo estamos proyectados hacia fuera, pendientes de la realidad exterior que ha de venir a confirmar o negar nuestra realidad personal. Démonos cuenta de este engaño, no hemos de depender en nuestro ser de nada del exterior en absoluto. Porque lo que somos lo somos con exterior y sin exterior. Y hemos de ser capaces de volver a descubrir nuestra realidad, volver a, vivirla, a vivirla en presente, tener el valor de poder afirmar «yo soy». Y que la mente se dirija sin vacilación a tomar plena conciencia de este acto de ser, investigando sin cesar. Que investigue a pesar de los miedos, que adopte la actitud de apertura interior, de abrirse ante todo lo que sea verdad, pase lo que pase. No hemos de tener nunca miedo a la verdad.

  Descubrir lo que somos, lo que es nuestro ser, lo que hay en el eje de nosotros mismos. Esto no nos ha de producir nunca miedo, ni nos ha de desviar si evitamos cuidadosamente formarnos falsas ideas o ideologías, si buscamos directamente la experiencia. 
  Todo lo que nos da valor es nuestra experiencia. Nuestro desarrollo es producto de la experiencia. No de teorías ni de ideas, sino de la experiencia, de lo que vivimos de un modo directo e inmediato. Hemos de llegar al fondo de esta experiencia hasta vivir realmente quien soy yo, qué experimento, quién es ese que está detrás de cada experiencia. Sin confundir el yo con ninguna experiencia particular. Buscar este centro que une todos los radios, este «yo» que está detrás de cada instante.



  Eso sólo depende de nosotros. No hemos de echar la culpa a nadie. No hemos de quejamos de la vida. La vida está bien hecha, el mundo está bien hecho. Es nuestra mente la que tiene sombras, que está medio cerrada, en un período infantil. Y tiene exigencias de persona mayor. Nuestra mente es la que ha de volver a su sitio, a su fuente, en lugar de vivir como los niños pendientes de todas las cosas que brillan, de todos los detalles externos.
  Aprender a que nuestra mente se abra hacia dentro, hasta que llegue a vivir bien lo que constituye el centro, la fuente y el eje de cada uno de nuestros actos, de nuestros pensamientos, de nuestros impulsos. Todo se reduce a un problema de completa apertura interior de la mente.
  Esto se puede hacer en silencio, en meditación, siempre con la investigación constante «¿qué soy yo?». Pero también se puede practicar sobre la marcha, mientras actuamos, a condición de que lo hagamos con todo nuestro ser, con toda la fuerza, con toda la capacidad y que mientras actuemos así permanezcamos despiertos. Porque al actuar con toda nuestra capacidad, esta capacidad se hace para nosotros una realidad consciente. Y cuando somos conscientes de toda la realidad y de toda la capacidad, inmediatamente percibimos lo que hay detrás de ella. Si vivimos de un modo superficial, en este ambiente habitual de seguridad, con esta política de no arriesgarnos, de no aventurarnos, de ir tirando, no podemos pretender llegar a ninguna verdad con mayúscula, a ninguna realización capital.
  Si queremos vivir así, conforme, pero hemos de saber que toda la vida nos la pasaremos «a medias tintas». El que sienta la urgencia de descubrir la verdad ha de estar dispuesto a luchar por ella del todo, a vivir del todo. Este «del todo» no quiere decir que tenga que ser muy impulsivo, significa que debe ser muy generoso, estar muy abierto por dentro, sin reservas ni salvedades, con toda su capacidad en lo que hace y estar muy abierto mentalmente para percibir toda la fuerza que nos lleva a actuar y el eje que hay detrás, que es la fuente de donde brota esa fuerza. 

  O sea que el camino está a nuestra disposición. Es un problema de disposición interior, de coraje, de espíritu de aventura, de lanzarse a vivir. Aunque exteriormente uno puede seguir haciendo exactamente lo mismo que hace de ordinario, porque el trabajo de realización no consiste en hacer nada exterior.
   Muchas veces le han preguntado a Ramana Maharshi «Yo voy a renunciar a la familia y voy a hacer vida de monje peregrino, porque eso me facilitará la liberación», y él siempre ha contestado más o menos lo mismo: «¿Qué sacarás de dejar tu casa si llevas contigo tu «yo» y todo su equipaje? La realidad la tienes igual en tu casa que en todas partes».
  El verdadero abandono, el verdadero sacrificio, es el sacrificio del yo; el verdadero silencio es el silencio del yo, no el silencio exterior. La verdadera abnegación no consiste en sacrificar cosas exteriores, aunque esto puede circunstancialmente ayudar, sino en ofrecer el yo, en ofrecer nuestra idea de ese «yo», y no otra cosa cualquiera.
   Exteriormente podemos hacer el mismo trabajo, dedicarnos a nuestro quehacer habitual, pues es un proceso puramente interior. No se trata de hacer nada fuera con mucho coraje, con mucho genio, no; la energía es interior, tenemos que emplearla frente a nosotros mismos, no frente a los demás, porque es a nosotros a quien tememos, no a los demás. Cuando estamos solos continúan exactamente los mismos problemas. Y si creemos que solamente tenemos problemas ante la gente, nos equivocamos, porque en realidad lo único que hace la gente es despertar los problemas que existen en el interior. Los problemas están en nuestro interior.
  Hemos de aprender a estar con todo nuestro yo presente en lo que hacemos, como si en cada situación nos jugáramos la vida, o como si fuéramos a morir. Parece muy dramático, pero no lo es, antes al contrario. Desde el punto de vista de la realidad, más bien es una broma, un juego. Porque lo que nos vemos obligados a abandonar con tanto sentimiento, con tanta pena, es justamente lo que nos obstruye y nos perjudica, lo que está vacío y no tiene valor ni realidad. Son cosas que parecen difíciles si uno no puede intuirlas directamente.




  Al llegar a la realización, todos los problemas de la vida quedan resueltos. ¡Y pensar que se han vertido toneladas de tinta en libros de filosofía! Hemos tenido a veces que aguantar discusiones y demostraciones aburridísimas en los intentos de explicación del por qué y del cómo de la vida, de la naturaleza, del hombre, de Dios.
  Cuando se intuye la realidad se da uno cuenta de que hay un error constante de perspectiva en el planteamiento de la mayoría de los problemas y de los postulados tal como suelen exponerse en las teorías filosóficas. Es que superponen siempre dos cosas: el problema de Dios y el problema del mundo; el problema de lo Absoluto y el problema de lo relativo; el problema de lo Uno y lo múltiple, entre lo Absoluto y lo relativo, entre Dios y la criatura. Esto que nos parece muy natural, es completamente falso desde su misma formulación inicial. Lo que pasa es que sólo se percibe claramente la falsedad cuando existe una profunda experiencia interior. Uno se da cuenta entonces de que no es posible parangonar lo absoluto con lo relativo, porque una de dos, o vivimos con conciencia de lo relativo y entonces lo absoluto es una pura hipótesis, o vivimos con conciencia de nuestra noción de absoluto y entonces lo relativo no tiene realidad.
  Por tanto no se pueden establecer nexos entre una cosa y la otra; son estados de conciencia, grados de luz, pero no son relaciones de razón, relaciones lógicas de ninguna clase.
  O sea que la mayor parte de los problemas desaparecen por completo en el orden filosófico. Esto demuestra una vez más que el camino de la especulación no es el que nos puede conducir a la realización. La India tiene eso de bueno, que fundamenta el trabajo interior en la experiencia, no en teorías. Y eso considero que no tiene precio, y es lo que pretendo inculcar.   Dejemos de especular, de teorizar, de criticar, de preguntar y de contestar. Simplemente aprendamos a mirar, a abrir nuestra mente, aprendamos a ser más sinceros, más despiertos, más nosotros mismos, ante nosotros mismos y ante las cosas. Que nuestra mente se mantenga abierta, sin prisas pero viviendo cada situación de un modo total. Y aseguro que entonces todos los problemas de tipo teórico y de tipo práctico, todos los problemas afectivos y los problemas de aspiraciones aún no realizadas quedarán completamente solucionados. Porque en la medida en que lleguemos a la realización, quedaremos satisfechos del todo, no por compensación, sino en la verdadera moneda.

  Una vez más digo que toda la satisfacción que buscamos en las cosas procede de esta realidad central, del mismo modo que como decíamos en otro lugar, todo amor que ponemos en las personas no es más que una expresión del amor único que se expresa a través nuestro. Por lo tanto, cuando vamos derecho a esta fuente no hacemos sino encontrar lo mismo que andábamos buscando, pero del todo. No es una mera compensación psicológica sino que es el encuentro con la verdad, el descubrimiento de la evidencia total, lo mismo que en realidad deseábamos aunque sin saberlo bien.
  Es preciso que aprendamos a ver que esta investigación de la realidad no es algo que nos aleja de la vida, que nos aleja de la gente. No nos aleja de nada; al contrario, es lo único que nos conduce al centro de la vida, al centro de nosotros mismos, al centro de las demás personas y de las cosas, y el único sitio desde donde se ve cada cosa mejor y del todo es desde su centro.
   El único sitio desde donde uno puede manejar toda la cosa, la que sea, es desde su centro. Por lo tanto cuando hacemos esta investigación y nos acercamos a nuestro centro estamos llegando al centro de todo, incluso al centro de nuestras actividades, al centro de nuestra relación con la gente, al centro de nuestra capacidad mental, etc. No temamos que la realización nos aleje de la vida; nos alejará de nuestras falsas ilusiones de la vida, pero nos dará a cambio una perspectiva cierta, real, total de lo que es la vida.

  Muchas veces se plantea como problema la afirmación de la Advaita Vedanta que dice «todo lo que existe es ilusorio, sólo Brahma es real» y por otro lado afirma «el universo es Brahma». Esto nos parece un absurdo, una cosa muy difícil de aceptar. Es porque no se acaba de ver bien. Todo es real porque sólo existe la realidad, no existe nada que no sea la realidad. De un modo intuitivo podemos verlo y aceptarlo. El error está en querer ver dos valores: absoluto y relativo. Pero desde el momento en que tenemos esta intuición de lo real, vemos todas las cosas insertadas en lo real, en función de lo real, en su dimensión real. Y de repente descubrimos que todo es real, pero todo es real desde su centro; todo es ilusorio cuando confundimos la forma, el nombre con la realidad. Sin embargo, incluso esa forma y ese nombre adquieren realidad cuando los podemos vivir desde el centro.



  Este es un camino que debe ser recorrido personalmente. La mera lectura, la reflexión y la especulación no nos harán adelantar un solo paso. Quienes sienten auténtico interés por el conocimiento de la verdad, por la filosofía viva, deben tener muy en cuenta que nuestra capacidad de descubrir la verdad no depende sólo de nuestra aptitud intelectual sino además de la profundidad de nuestra experiencia interna. Es ésta la que proporciona unos datos, una perspectiva y una evidencia que nada ni nadie más pueden darnos. Por eso el camino de la autoinvestigación debe ser recorrido a pie, paso a paso, experimentalmente. Está en nuestra mano el hacerlo. Es el camino para aquel que tiene interés en vivir la realidad desde su nivel mental. El camino del Jñana Yoga conduce a esa experiencia, a esa vivencia de la realidad que al mismo tiempo es plenitud interior, amor perfecto y conciencia del poder total, porque arriba todo se junta. Es abajo, en el punto de partida del camino donde hay separación y diferencias y donde nos encontramos que a uno le será más fácil subir a través de la autoinvestigación, hecha de esta manera que estamos describiendo; a otro le resultará más sencillo subir por el sendero del amor, y a otros por otros caminos.

  Tampoco hay inconveniente que uno siga al mismo tiempo varios caminos. Sólo que entonces ha de tener cuidado especial en que la diversidad de técnicas no disminuya o disperse la plenitud de dedicación. Es preciso que lo que cada uno siga lo siga del todo, que lo siga con toda su fuerza, con toda su capacidad y que esta total capacidad se renueve a cada momento. Si ahora, por ejemplo, yo me pongo a mirar y a buscar con toda mi capacidad de investigación qué es el yo, esto no me da ninguna garantía que de hecho esté utilizando toda mi verdadera capacidad, sino tan sólo la que yo puedo disponer en ese momento. Pero precisamente por esto, a medida que utilice toda mi capacidad disponible ahora se irá desarrollando más y más esta capacidad. Por eso esta actitud de total dedicación tiene que estar renovándose constantemente. Es hacer un acto de entrega total, renovándolo cada vez del todo según nuestra capacidad del momento. Al final, esta entrega renovada conduce a la plena experiencia. No hay en ello error posible. Es la gran ventaja de lo experimental, que no hay error porque no se trata de especular, de teorizar, no se trata de decirme que soy una persona muy lista o muy buena, etc., no he de convencerme de nada. Se trata de ver lo que soy, de vivirlo, de vivirlo de veras, de un modo total, y es en lo único que no puede haber error. El error puede existir siempre en un proceso intelectual, proceso de adquisición de conocimiento de las cosas, de datos; pero en lo que es tomar conciencia directa, inmediata de sí mismo, en esto no hay error posible. Al decir «yo» me refiero a algo que siento de modo directo e inmediato. Se trata que este «yo» que resuena en mí aprenda a vivirlo más y más mediante la centración mental, mediante la apertura y la penetración. En esto no hay error porque no hay especulación, comparación, no hay adjetivos. Es buscar el sustantivo, el único, del cual se derivan los demás. Este único sustantivo es ser, el ser que soy, la realidad central.

  Porque no tenemos esta evidencia clara de nuestra realidad profunda, total, incondicionada, estamos poniendo constantemente condiciones a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Buscamos la libertad y nos creemos que consiste en manejar las cosas, en hacer más combinaciones con ellas. No, la suma de los relativos nunca nos dará un absoluto. Es otra noción, otra dimensión. No llegaremos al conocimiento, a la realidad atareándonos con los datos, con las ideas. Por mucho que andemos con sueños no descubriremos nuestra personalidad como seres concretos de conciencia vigílica. Se trata de un nuevo plano, de un nuevo nivel de ser. Esta experiencia, la única que nos conducirá a la realización, es una experiencia que está en nosotros, a nuestro alcance y que sólo espera que dejemos de estar confundiéndonos con las cosas, con nuestro nombre, con nuestras condiciones, con nuestras circunstancias, para que podamos respirar hondo y sentir realmente que soy yo.



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