El amor es la conciencia de unidad, conciencia de unidad en mi interior conmigo mismo, cuando yo en mi interior tengo una conciencia simple y única que lo incluye todo. Pero a la vez es conciencia de unidad en relación con todo, porque de Unidad sólo hay una.
Esta conciencia del Ser que en sí lo contiene todo, que en sí se expresa a través de todo, que en sí lo reúne todo, es esa plenitud de Ser, es esa conciencia subjetiva del Ser, que luego se manifestará exteriormente con esa constante tendencia a relacionar, a unificar, a hacer semejante todo lo que es diferente, a aproximar todo lo que es distante. Pero esa relación es sólo una consecuencia.
El amor es la conciencia subjetiva de Ser. No esta noción subjetiva de ser muy inteligente, muy intelectual, sino cuando la conciencia puede estar centrada en ese núcleo central de Ser. Cuando la conciencia deja de estar ausente de su centro; cuando deja de intentar vivir lo exterior en sustitución de ese centro.
El amor es lo que intuimos nosotros como el estado perfecto, como la realización subjetiva perfecta, óptima. En este sentido, Amor es igual a gozo, alegría, belleza, armonía, felicidad, plenitud. Y esta es nuestra naturaleza intrínseca profunda; así ¿qué es lo que nos impide vivir, ser eso que realmente somos, realizar eso que somos?
Yo diría que hay tres factores que son los que aparentemente tienen la responsabilidad de que no vivamos esa plenitud que es nuestra propia naturaleza.
Factores contrarios a la vivencia del amor
1. Falta de crecimiento.
Esta carencia ocupa el primer lugar. Lo que significa que como nuestra conciencia se va desarrollando a medida que nosotros vamos ejercitándola a través de nuestra facultades y de nuestras funciones en las experiencias del vivir, en la medida que esta vida que vivimos es pobre, es limitada y está por debajo de nuestras posibilidades (muy por debajo de nuestras demandas), entonces no se puede llegar a vivir una plenitud -la plenitud posible en el momento-, porque no hemos potenciado, no hemos actualizado, nuestra capacidad de vivir, de ser conscientes (la que realmente tenemos en este momento); es decir, es una vida pobre, falta de desarrollo.
Los otros factores también son muy importantes porque de un modo u otro nos afectan a todos. Son el temor y el odio, porque son las dos formas que se contraponen al amor.
2. El temor
Este es siempre la consecuencia de un insuficiente desarrollo del amor; allí donde hay amor no hay temor. En la medida en que hay temor no hay sitio para el amor, en esa misma medida. La persona que se lamenta de tener miedos, que se da cuenta de los miedos que tiene (aunque nos cuesta mucho darnos cuenta de todos los miedos que tenemos), ha de saber que esos miedos son una expresión directa de una falta de amor, en aquellas formas o desde aquellas formas que señalan los miedos.
La persona puede amar mucho en otros momentos, a través de otros sectores de la personalidad; pero allí en aquellas zonas interiores o en relación a los aspectos de la vida donde uno siente temor, que sepa que es porque allí no hay suficiente amor, no se ha ejercitado activamente el amor en aquella dirección.
El amor, ejercitado, desarrollado, elimina totalmente el temor. Ya se ve que en este sentido el amor ha de tener una característica de fuerza, de potencia. No hemos de confundir el amor sólo en el aspecto sentimental, la cual es una faceta expresiva del amor. El amor tiene un sentido de plenitud, de afirmación total; y esto implica una gran concentración subjetiva de energía.
3. El odio.
Este es el otro aspecto que se opone al amor. Quizá sorprenda la palabra odio, que es fuerte, porque muchas personas dirán que no sienten odio, que no tienen odio contra nadie, al contrario; pero es que el odio es algo muy particular que sabe esconderse y adoptar muchas formas que lo hacen irreconocible muchas veces.
¿Qué es el odio? El odio es un amor que se cierra en una fórmula mental muy pequeña, egocentrada, y que tiende a convertir algo del individuo en absoluto; y por lo tanto, que tiende a excluir a todo el resto. O sea, no existe una polaridad amor-odio en un sentido profundo, en un sentido último; en un sentido último sólo existe el amor. Pero en un sentido operativo en nuestra conciencia, en un sentido de manifestación en nuestro campo completo de experiencia, el amor puede adoptar la forma de odio cuando se centra en una unidad muy pequeña y excluye, rechaza activamente, todo lo demás.
Quizá alguien seguirá pensando «yo no tengo este rechazo activo para todo lo demás». Pero es necesario saber que una de las formas más frecuentes del odio se manifiesta como un sentimiento de culpabilidad.
Cuando nosotros hacemos algo que nuestra conciencia nos dice que está mal hecho, se produce automáticamente un rechazo de uno mismo, una oposición contra uno mismo, un menosprecio..., además del dolor que pueda producir una transición hacia un propósito de cambio, etc. etc. Aquí lo interesante es ver esta reacción.
Siempre que hemos hecho algo que está mal, eso produce en nosotros una autocrítica negativa, un rechazo de nosotros mismos. ¿Por qué me rechazo a mí mismo? No es que rechace aquello «malo», pues si yo rechazara aquello «malo» se acabaría el problema y no se produciría ninguna consecuencia negativa. El problema es que me rechazo yo.
El rechazo a uno mismo
¿Por qué me rechazo yo?
Porque tiendo a vivir constantemente una idea de mi propio valor. Yo me estoy juzgando y valorando constantemente. Y este juicio y valoración que hago de mí, es en la mente que la hago; es la idea de mí. Esta idea de mí tiene una configuración determinada y tiende hacia un modo ideal que yo quiero llegar a ser, lo cual es otra idea.
Entonces, cada vez que en mi experiencia se produce algo que se opone a ese yo ideal al que tiendo, al que deseo llegar, se produce entonces un rechazo, una protesta contra mí mismo por ir en contra de esta imagen. Es como si yo me valorara y me afirmara en la medida en que me veo acercarme a este yo ideal. Pero yo me critico y me menosprecio en la medida en que yo me alejo de él. Esto produce entonces un grado de odio, un grado posiblemente leve, pero que es odio; o sea, que lleva un signo totalmente negativo.
Hay algo de mí que yo quiero excluir, que quiero negar, y ese algo que quiero negar no es el defecto, sino la idea global de mí con el defecto. Y por esto, me rechazo a mí, por esto me deprimo, por esto tengo una baja en todo lo que es ánimo, en todo lo que es actitud abierta, activa, sintónica. Todo yo desciendo en mi capacidad de vivir, de comprender, de amar; se produce un descenso, un replegamiento.
Es como si realmente yo fuera menos, porque yo me vivo como menos a causa de que me juzgo como menos. Por lo tanto, es el yo que está implicado, no un defecto, no un rasgo, no un error, es todo el yo que queda juzgado, del mismo modo que es todo el yo que queda aplaudido cuando surge algo en mí que va a favor de esta afirmación que busco. O sea que estamos viviendo las situaciones no tal como son sino que las estamos viviendo estando en juego el personaje, en función del personaje que queremos llegar a ser.
Así, es el rechazo de este personaje el que genera este grado de odio, y cuando se retiene dentro se convierte en un sentimiento de culpabilidad: «yo valgo menos, luego yo no merezco lo más»; de este modo, yo no puedo tener acceso a lo bueno en la medida en que yo me valoro y me siento como malo. Y es totalmente imposible que yo pueda llegar a vivir algo plenamente positivo mientras mantenga dentro de mí el menor grado de sentimiento de culpabilidad, porque yo mismo me estoy castigando, es mi propia mente que me impide aceptar nada que tenga un carácter totalmente positivo.
Si nosotros conseguimos eliminar el miedo y el odio, entonces el vivir el amor es algo completamente natural, inevitable.
¿Cómo se elimina este sentimiento de culpabilidad?
Del mismo modo que se elimina el sentimiento de inferioridad. Hemos dicho que el temor (y el sentimiento de inferioridad es un modo de temor) se elimina cuando podemos amar en aquellas situaciones exteriores (o zonas interiores) en donde nosotros sentimos el temor.
Respecto a la culpabilidad es exactamente igual: que yo sea capaz de perdonarme a mí mismo.
Eso significa que el amor ha de superar al juicio de negación, que yo no he de mantener en alto este criterio de justicia inflexible que me he impuesto sino que permita que el amor sea más fuerte, más importante, que este rigor en este juicio personal.
Cuando yo consigo amar más que juzgar, entonces desaparece totalmente el sentido de culpabilidad.
Hay que amarse a sí mismo, no sólo amar a los demás, porque esta es una de las características del sentimiento de culpabilidad: pretender amar mucho a los demás, (porque uno se ama poco a sí mismo, o eso es lo que cree); se intenta compensar este sentimiento negativo de sí tratando de ser mejor para con los demás. Este es un juego que no se acaba nunca, porque la fórmula es incorrecta. Si el juicio lo hago sobre mí es este juicio que yo he de poder invalidar con una ley superior a la de la justicia rigurosa, y esta ley superior es la ley del amor, del amor, generosamente, para sí mismo.
No hay nada que justifique que nosotros vivamos negativamente, que nos sintamos negativamente.
El amor es la plena presencia de mí, afectiva, ante toda situación. Y esto podemos tratar de hacerlo.
Antonio Blay
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