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domingo, 23 de enero de 2022

El Silencio

 

Encontrar el silencio es fácil. No hace falta aislarse en una montaña, en un desierto o un bosque. No hay necesidad de huir del ruido, ni ponerse de mal humor cuando una puerta golpea. Basta hacer el silencio en uno mismo, para inmediatamente encontrar el silencio.

El silencio es un compañero eterno. Acabamos de decir que es preciso aprender a ser silenciosos y ya aparece la posibilidad de una falsa interpretación. Ser silenciosos no quiere decir forzar el silencio, imponernos el silencio. Si lo tomásemos al pie de la letra, imponiéndonos una severa disciplina, nuestro silencio no sería más que una forma de crispación y de censura totalmente superficial. No se trata de jugar al silencio, ni de fingir.

Tampoco se trata de encubrir nuestro parloteo y nuestro tumulto interior bajo el caparazón de una actitud artificial, fruto de un esfuerzo.

Debemos encontrar el silencio. Es algo mucho más simple y mucho más profundo. Imponerse una continencia o una restricción no tiene el mínimo interés. Lo que sí que lo tiene es el despertar a la presencia del silencio.

El silencio está siempre en nosotros, eternamente. Debemos tomar conciencia del silencio que perdura detrás del insignificante y decepcionante torbellino de nuestros pensamientos que se entrecruzan y chocan como insectos ciegos.

Detrás, justo detrás de las formulaciones mentales, inmediatamente perceptible, el asombroso silencio extiende su orilla. Para percibirlo basta con estar atento, realizar una forma de atención particular. Debemos escuchar, prestarle oído al silencio.

Puede ser que al principio nuestra pretenciosa cacofonía interior nos lo impida. Pero aquel que busca superarla y escuchar lo que hay detrás, termina por encontrar el silencio. Se produce una especie de clic interior y podemos percibir el silencio. Los ruidos del mundo continúan golpeando nuestros oídos, pero ya no nos importunan, pues, venido desde mucho más lejos, sentimos cómo el silencio se abate sobre nosotros.

Un silencio imperceptible para el oído humano y que sólo el espíritu puede percibir. Entonces, mecidos en el seno de este inmenso silencio, adquirimos una nueva mirada que es un Despertar.

La vida, en su inexpresable simplicidad original, se nos revela. La existencia reviste un sabor especial acompañado de extrañas resonancias. Nos damos cuenta de que la existencia humana es solo una ola coloreada que atraviesa la superficie de un silencio sin fondo.

A partir de este momento, cuando hayamos descuidado la profundidad de las realidades interiores, estaremos perdidos y olvidados en el torbellino de apariencias superficiales del mundo exterior, sabremos que, para poner de nuevo las cosas en su sitio, nos bastar á con escuchar el silencio, con evocar a este eterno compañero.

Cuando el silencio interior está presente, el mundo exterior deja de ser un infierno de despreocupación acaparadora, para convertirse en un apacible edén. Paraíso e infierno se encuentran en nuestra mirada.

Para quien conoce el silencio y permanece en su presencia, los desenfrenos del mundo no tienen poder. Resbalan como el agua sobre las plumas del pájaro.

En vuestra vida cotidiana, hacedle un lugar al silencio, este gran instructor. En el seno de vuestras actividades, sin interrumpir nada, abrid el oído de vuestro espíritu y, detrás de los ruidos, en ausencia de toda reflexión, escuchad el silencio...

Pensar en la presencia del silencio es comenzar a percibirlo, pues el pensamiento es una evocación. Una evocación que, en el sentido mágico del término, llama y provoca la manifestación de lo que se invoca.

En el silencio, el pensamiento se diluye, y el verdadero Ser aparece.


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