Para el trabajo interior, nos valemos de la mente, la cual a veces es un obstáculo y otras una herramienta:
Un obstáculo porque nuestra mente se ha acostumbrado a funcionar de un modo muy tenso, muy acelerado, crispado y superficial, porque -como hemos dicho- necesita estar constantemente atendiendo necesidades y exigencias del exterior, y como en estas necesidades y exigencias van involucradas cosas de valor para la persona -incluso de mucho valor-, la persona no sólo pone interés e inteligencia en la solución de sus problemas, sino que también pone miedo, ansia, y, a veces, desesperación. Esto hace que la mente ya no funcione en su capacidad puramente intelectual sino que quede envuelta por estos mecanismos afectivos que la traban.
Del mismo modo que si pusiéramos unos objetos dentro de los engranajes de una maquinaria la trabarían, también todos los miedos, las impaciencias, las angustias, son verdaderos obstáculos que impiden el normal funcionamiento de nuestra maquinaria mental.
Esto sucede porque nuestra mente se ha acostumbrado a funcionar así, se ha acostumbrado a buscar continuamente, a pasar de un objeto a otro con rapidez, sin ahondar, sin sopesar las cosas con profundidad, con serenidad, y está corriendo siempre al galope, de tal manera que cuando queremos imponerle el silencio no lo conseguimos; la mente va por su propio camino y adquiere autonomía, y muchas veces nos cuesta trabajo seguirla.
Por eso, la mente, que es el medio de conocimiento, el medio de toma de conciencia, como habitualmente funciona con un ritmo acelerado, superficial y distorsionado, se convierte en un obstáculo cuando queremos manejarla para ahondar en nosotros, para contactar con lo que pueda existir de positivo en nuestro interior. Y cuando la persona quiere ahondar se encuentra con que no puede; cuando quiere concentrarse se encuentra con que la mente «se le va», se le escapa.
La persona no es capaz de contactar con su propio interior porque nunca se ha interesado por ello, no se ha educado en esta dirección.
Otra causa que convierte la mente en obstáculo lo constituye el que nos hemos acostumbrado a buscar soluciones a todos los problemas a través del pensamiento. Como los problemas del mundo exterior los manejamos por medio de esa capacidad de simbolización que es nuestro pensamiento y nuestro lenguaje, cuando sentimos un problema interior y queremos ahondar en él no sabeos adoptar más que esta misma herramienta y el mismo procedimiento que utilizamos para lo exterior: el simbolismo del pensamiento y el lenguaje.
Pero nuestra realidad interior no podemos descubrirla mediante el pensamiento. Nuestra realidad interior necesita de otras capacidades mentales que no son el pensamiento. Necesita de nuestra lucidez, de nuestro intelecto, pero no de nuestra capacidad de razonar, la cual es una de las capacidades elementales de nuestra mente. Y como en la vida diaria no utilizamos más que esta capacidad, queremos utilizar esta misma capacidad para resolver problemas interiores y para ahondar en nosotros mismos. De esta manera la mente se convierte en problema, en un nuevo obstáculo, cuando tratamos de descubrir de un modo más directo qué es nuestra esencia, nuestra realidad, nuestras fuerzas vivas.
A pesar de esto, la mente es el medio, la mente es camino, cuando descubrimos que hay una capacidad -de las muchas que tiene nuestra mente-, que es la que permite adentrarnos, ahondar, descubrir cosas nuevas, y esa capacidad nueva -y a la vez antigua-, esa capacidad especial que es la que se necesita para este trabajo de descubrimiento interior, es la atención sostenida.
Hay una gran diferencia entre estar simplemente atentos a algo y el razonar sobre algo.
Al razonar nos estamos pronunciando sobre ese algo, estamos formando símbolos, estamos juzgando, valorando, seleccionando.
Cuando yo miro algo, cuando aprendo a dirigir mi atención de una manera fija, sostenida, sobre algo, estoy simplemente mirando y es manteniendo esta actitud de mirar cuando se puede llegar a ver, del mismo modo que sólo manteniendo la actitud de escuchar se puede llegar a oír.
Y al decir escuchar quiero decir escuchar de veras y en consecuencia, oír de veras; porque lo que ahora hacemos no es escuchar de veras, pues mientras estamos escuchando también estamos pensando, estamos comparando, razonando o criticando lo que escuchamos, y esto nos impide desarrollar nuestra capacidad de oír del todo.
Como estamos tan acostumbrados a escuchar de este modo ni siquiera nos ha pasado por la mente la idea de que realmente existe la capacidad de escuchar del todo. Uno cree que ya está atento, que ya se está enterando de todo, pero luego, cuando la persona tiene que repetir o dar cuenta de lo que ha escuchado, se evidencia que la persona sólo ha cogido unos pequeños fragmentos de lo que se ha dicho -y aun esos fragmentos los interpreta mediante una óptica totalmente subjetiva-, que no ha tenido la capacidad de escuchar realmente lo que el otro decía, cómo lo decía y desde la perspectiva en que lo decía.
En el sentido de la atención sostenida ocurre lo mismo que en el escuchar. Hemos de aprender a mirar sin razonar, a fijar nuestra atención, muy clara, muy despierta, muy lúcida, en un acto simple de mirar aunque a primera vista esto nos parezca muy tonto, es preciso practicar para llegar a descubrir que ahí está la clave más importante para entrar en el reino interior, en este mundo oculto, en este mundo de posibilidades inmensas que hay en nuestra mente y en nuestro corazón.
Después ya razonaremos si conviene, ya que no se trata de abdicar de nuestro juicio crítico, sino simplemente que cuando se trata de mirar, en la medida en que tratamos de razonar estamos disminuyendo nuestra capacidad de mirar.
Cuando «miramos» manteniendo esta actitud de atención sostenida, se produce un fenómeno extraordinario: entonces la mente adquiere la capacidad de entrar dentro de la cosa que mira, adquiere la capacidad de penetrar; y ahí está una de las principales diferencias entre mirar y pensar.
Con el pensar nosotros solamente representamos las cosas por medio de ideas, no entramos dentro de nada, nos limitamos a tomar fotografías y hacer combinaciones con esas fotografías, con los datos, con las ideas.
En cambio, a través del mirar aprendemos a hacer el contacto del «foco» de nuestra mente con otros focos que existen en nosotros, sea al nivel del sentimiento, sea al nivel de la intuición, de la sensación, de lo que sea; y cuando mantenemos esa atención sostenida, entonces se produce una penetración de nuestro foco mental dentro de este otro sector, del sentimiento o de la sensación, entramos en él, y al penetrar se produce el descubrimiento de unas fuerzas que transforman; transforman la mente, transforman la capacidad de vivir.
Ésta es la clave fundamental de todas las prácticas de vida interior. Y en ella tenemos la explicación del porqué hay tantas personas que con toda la buena voluntad del mundo, después de trabajar muchos años con diferentes prácticas -unas de tipo mental y otras de tipo devocional-, no consiguen un cambio fundamental en su interior, no se produce una transformación en ellas, no hay un descubrimiento de algo revolucionario, sino que simplemente la persona va envejeciendo en esa misma actitud de ir practicando algo, con muy buena fe pero sin esa eficacia transformante, porque no ha descubierto la práctica de la atención sostenida.
Si queremos que nuestra vida interior sea realmente vida, tenemos que aprender a ahondar en lo que está vivo: en nuestra mente es la atención, en nuestro campo emocional es el sentimiento y en nuestro cuerpo es la sensación y todas las funciones fisiológicas.
Y sólo viviendo este foco vivo de la mente que es la atención, junto con el foco viviente del sentimiento se produce el descubrimiento de lo que es realmente el sentimiento. Y se trata no sólo de un nuevo conocimiento sino de una transformación, una fusión, porque de la misma manera que la mente entra dentro del sentimiento, el sentimiento entonces entra también dentro de la mente. Y se descubre lo que hay detrás del sentimiento, lo que es en sí el sentimiento, en lugar de entenderlo (como hacemos ahora) según sus efectos o manifestaciones externas.
Actualmente conocemos nuestra vida por sus resultados, por sus productos, no la conocemos intrínsecamente, no la conocemos por lo que es en sí misma. Por eso podemos decir que no estamos viviendo nuestra vida sino que la estamos sufriendo, la estamos padeciendo; somos pacientes de la vida porque no estamos metidos conscientemente dentro de nuestro propio vivir.
Descubrimos que sentimos tal cosa, descubrimos que nos encontramos de un modo determinado, que nos suceden unas cosas, pero en este transcurrir de nuestra vida no nos vivimos como sujetos, no nos vivimos «dentro» de eso que vivimos.
Y si yo no estoy realmente dentro de lo que vivo, estoy fuera, y por eso me «encuentro» con eso que vivo, me «tropiezo» con ello.
Si yo estuviera dentro sería el sujeto de ese vivir; entonces habría una posibilidad real de manejar este vivir de un modo mucho más eficaz.
A. Blay
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