Comprender que no existe el mal, que lo único que hay en el Universo es un proceso dirigido desde el Amor para la evolución y el desarrollo espiritual. Sobre esta base, todo lo que ocurre a nuestro alrededor o lo que personalmente experimentamos es perfecto y necesario, porque tiene un valor importante para cada uno de nosotros, para nuestro aprendizaje.
En toda situación existe una oportunidad de aprendizaje para cada persona. Todo lo que ocurre en el mundo físico de las tres dimensiones —es decir, lo que sucede a nuestro alrededor, las experiencias que vivimos— se origina desde un mundo no físico situado en nuestro interior, que es el mundo espiritual. Si creemos lo contrario, cometemos el error de intentar modificar lo que pasa fuera para encontrar una satisfacción que no hallaremos. Eso es lo que hemos estado haciendo durante miles de años sin obtener resultado.
La propuesta es totalmente diferente: se trata de olvidar lo que pasa afuera y comenzar a trabajar con lo que pasa dentro de nosotros. Eso es algo que debería estar bajo nuestro total control personal, es lo que podemos dirigir, manejar, si aprendemos a hacerlo.
En cambio, lo que pasa afuera está totalmente al margen de nuestro control, no lo podemos dirigir, mandar ni organizar, porque no depende de nosotros mismos, sino de otras personas.
Algunos ejemplos de las condiciones y limitaciones que habitualmente ponemos a la vida:
«Con esta inseguridad, ¿cómo voy a estar en paz?». Esto es una restricción, es poner una condición a la paz interior.
«Pero ¿yo cómo puedo confiar en los demás? Si existe un alto nivel de corrupción, nunca sabes en qué momento alguien te puede asaltar». Ésta es una condición a la confianza.
«No puedo servir con mayor eficiencia porque me pagan muy poquito; con estos sueldos tan malos, ¿uno con qué entusiasmo trabaja?». Se trata de una condición a los propios valores.
«Las otras personas no merecen lo que hago o lo que doy». Esto implica poner una condición a nuestro servicio.
Y así sucesivamente. De forma inconsciente vamos colocando una serie de restricciones y bloqueos al uso de los propios valores. Esto tiene que ver con la propia limitación mental. Por supuesto, la consecuencia es muy fácil de deducir: ¿qué puede regresar hacia una persona que ofrece tan poquito a la vida? Casi nada. Y por supuesto, empieza a funcionar la Ley de Causa y Efecto: si uno está lleno de limitaciones, que además expresa, regresan a él esas mismas limitaciones.
La propuesta es desprendernos de todas las limitaciones y restricciones. No nos interesa lo que sucede afuera, ni lo que los demás hacen, ni su condición evolutiva, ni los procesos que estén viviendo ni su destino, porque nada de eso depende de nosotros.
En cambio, nos interesa una sola cosa que sí depende de nosotros: ofrecer a cada ser, persona o circunstancia con la cual nos relacionemos, el 100% de lo mejor que hay en nuestro interior.
No hay que poner condiciones al Universo porque uno se equivocó. Simplemente hay que abrirse a recibir lo que venga, lo que la vida le tenga preparado; pero sin condiciones, ni respecto a quién va dirigido nuestro servicio, ni a cuanto recibiremos a cambio.
Solamente hay que dar lo mejor, y jamás cerrarse a recibir. Es decir, no hay que pensar: «La vida me está dando mucho». Tampoco se ha de pensar que la vida otorga muy poco; a cada cual le da lo correspondiente a su capacidad de servicio. Si ésta se amplía, llegarán muchos más recursos. Ése es el secreto, y se llama incondicionalidad. Y es válido para todo: relaciones, negocios, salud, cualquier cosa.
El éxito no es acumular muchas cosas, sino ser felices con las que tenemos.
G. Schmedling
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