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viernes, 26 de abril de 2019

Contemplar la impermanencia



Buda enseñó que todos nosotros podemos vivir felizmente aquí y ahora. Cuando en el instante presente nos inunda la felicidad, podemos detenernos; no debemos correr en pos de otros objetos de deseo. Nuestra mente está tranquila.

Cuando nuestra mente aún no está en calma, cuando aún estamos agitados, no podemos ser realmente felices. Nuestra felicidad o falta de ella depende en gran medida del estado de nuestra mente, y no de nada externo. Es nuestra propia actitud, la forma en que observamos las cosas, nuestro modo de plantearnos la vida, lo que determina si somos felices o no. Ya disponemos de muchas condiciones para ser felices, ¿por qué deberíamos buscar más?

Tenemos que parar y dejar de perseguir otros señuelos: es el rumbo más sabio. De otro modo, no dejamos de perseguir uno u otro objetivo, pero cada vez que lo alcanzamos descubrimos que todavía no somos felices.


Contemplar la impermanencia

Tal vez ya hayas comprendido el concepto de impermanencia y lo hayas aceptado como realidad, pero ¿acaso ocurre solo en el nivel intelectual? Comprender la noción de impermanencia no basta para cambiar el modo en que experimentas y vives tu vida.

Solo la percepción puede liberarte verdaderamente, y esa percepción no puede brotar a menos que practiques la observación profunda de la impermanencia.

Eso significa mantener tu conciencia de la impermanencia todo el tiempo y no perderla nunca de vista, en nada de lo que hagas. Significa concentrarse en la impermanencia y mantener viva esa concentración a lo largo del día. A medida que la conciencia de la impermanencia se extienda por tu ser, iluminará cada uno de tus actos de un modo extraordinariamente nuevo y te aportará verdadera libertad y felicidad.

Por ejemplo, sabes que la persona que amas es impermanente, pero sigues actuando como si esa persona fuera permanente y esperas que él o ella estén ahí para siempre con la misma forma, la misma actitud y las mismas percepciones. Sin embargo, la realidad es justo la contraria: esa persona está cambiando, tanto en apariencia como interiormente.

Alguien que está aquí hoy podría no estar mañana; alguien que hoy es fuerte y saludable podría caer enfermo mañana; alguien antipático hoy podría convertirse en una persona más agradable mañana; y así sucesivamente.

Solo cuando hemos asumido plenamente esta realidad somos capaces de vivir nuestras vidas con destreza y propiedad.

Al tomar conciencia de que las personas que conocemos son impermanentes, hoy haremos cuanto esté en nuestra mano para hacerlas felices, porque no podemos saber si mañana estarán ahí. Aún están ahí, pero si no somos amables con ellas, tal vez un día se marchen.

Si estás irritado con alguien que te ha hecho sufrir y estás a punto de hacer o decir algo hiriente en represalia, por favor cierra los ojos, inspira larga y profundamente, y contempla la impermanencia:

Al sentir el calor de la ira en este momento, cierro los ojos y miro al futuro. Dentro de trescientos años, ¿dónde estarás, dónde estaré?

Ésta es una práctica de visualización. Observas lo que tanto tú como la persona a la que quieres castigar seréis dentro de trescientos años: polvo. Cuando sientes profundamente tu propia impermanencia y la del otro, cuando observas con claridad que dentro de trescientos años ambos seréis polvo, adviertes que enfadarse y hacer sufrir es un derroche trágico y estúpido.

Ves que la presencia de esa persona en tu vida en ese mismo instante es un tesoro. Tu ira se disuelve y, cuando abres los ojos, ya no quieres castigar. Lo único que deseas es abrazar con fuerza a esa persona. Contemplar la impermanencia te ayuda a liberarte de las cadenas de la ira. Al concentrar tu mente, puedes liberarla.

Thich Nhat Hanh


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