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martes, 27 de marzo de 2018

Atención central- ser uno mismo



Cuando la persona aprende a vivir sintiéndose a sí misma, siendo consciente de sí misma en todo momento, se da cuenta que hay algo en sí misma que es aparte de las cosas que hace o dice, aparte de lo que piensa y de lo que le ocurre por dentro.

Se da cuenta que él es en todo momento, haga esto o lo otro, haga algo o no haga nada. Esto da a uno una noción directa, una experiencia inmediata de independencia respecto a las cosas que ocurren. Esto, curiosamente, hay pocas personas que lo experimenten espontáneamente.

Uno suele estar tan estrechamente conectado con su acontecer interior o exterior que en cada momento se cree ser aquello que le ocurre, y por eso si lo que le ocurre es desagradable, la persona se vive a sí misma negativamente, y si lo que le ocurre es agradable, positivamente.
En realidad no debiera ser así.

La persona es siempre algo intrínseco, algo positivo, con total independencia de que le ocurran cosas agradables o desagradables. Es decir, hay que aprender a cultivar esta vivencia más central de yo, cómo espectador, en todo momento. Cultivándola en todo momento se descubre que hay una constante, lo mismo si ocurren cosas agradables como desagradables. 
Esa constante que hay detrás de las variaciones nos conduce hasta una evidencia nueva, una evidencia interior de independencia respecto a las diversas cosas y circunstancias. Se ve que hay un factor común, una identidad de uno consigo mismo más allá de todos los cambios. Esto es lo que da una sensación de verdadera independencia y de libertad interior. Uno se emancipa. Las cosas ya no le afectan como antes, a pesar de que puede manejarlas mejor que antes, porque al no confundirse con las cosas aprende a valorarlas sin tendenciosidad. 

De este modo adquiere una visión más correcta de las personas, una valoración más justa de las situaciones y, por lo tanto, su capacidad de juicio y de decisión gana también en calidad.
Al mismo tiempo este vivir conectado con sus cualidades interiores, con las nociones básicas de realidad, de energía, de discernimiento, hace que estas mismas cualidades, que están dentro de un modo potencial, se vayan desarrollando y manifestando con mayor celeridad.
Esto proporciona a la persona una gran fuerza y solidez interior. Su núcleo central, el núcleo del yo-experiencia, se va consolidando de una manera extraordinaria. Esto conduce directamente a ese estado de fortaleza, de estabilidad y de maduración que en el fondo todos están buscando a través de una cosa u otra.

Algunas personas piensan que este vivir centrado en sí mismo puede conducirles a una indiferencia o apatía por todo lo externo.
Confunden la independencia interior con la indiferencia o frialdad. Piensan erróneamente que si no se identifican con lo que ocurre, personas o acontecimientos que rodean su vida, no pueden sentir su impacto.
Y es que uno sin darse cuenta tiende a interpretar el estado de no identificación con el estado de aislamiento interior en que uno se cierra a la impresión de lo externo y lo mira todo solamente desde fuera; y no es esto.
Cuando uno aprende a estar centrado uno puede abrirse totalmente al impacto, a la impresión, y uno tiene mucha mayor sensibilidad que antes, mejor dicho, tiene la misma, pero dispone de ella del todo, cosa que antes no ocurría porque siempre había una actitud de rigidez como autoprotección.

En el momento en que uno se siente seguro, fuerte, ya no tiene necesidad de protegerse, porque no se: siente amenazado, y entonces es cuando puede aceptar lo que venga. Pero si yo no me siento yo en mí mismo y tan sólo me apoyo en unas impresiones, o en unos estados de ánimo, forzosamente he de retener estas impresiones, o buscar otras que sean más positivas y agradables para mí, a fin de sentirme artificialmente más fuerte.

Por eso el lograr esta actitud de atención central, se traduce en una libertad y en un aumento de poder interior. Uno dispone de sí mismo, dispone de su sensibilidad, puede abrirse. No queda impresionado ni por las ideas, ni por las emociones; uno percibe las propias emociones pero las percibe como algo exterior al yo. Sin embargo las vive y las siente del todo; no es un simple mirarlas con un juicio crítico, como hace la persona que está normalmente cerrada, y como se suele hacer siempre y a diario. Se trata de ser yo del todo, sintiendo el yo como centro de este todo. Y entonces que este yo se abra a la experiencia; y esta experiencia no modificará para nada al yo, sino simplemente ensanchará su campo de vivencia, su campo experimental, pero sin hacerle perder en modo alguno esta cohesión, esta axialidad, esta independencia básica que le caracteriza. En consecuencia, uno disfruta mucho más que antes.
Y de la misma manera, uno aprende también a expresarse con más naturalidad, con más libertad que antes, porque antes uno tenía que estar siempre calculando lo que decía y cómo lo decía, si representaba un riesgo para la propia seguridad social, o la idea que los demás se formaban de uno mismo, la opinión, la crítica, etc.
Pero cuando uno vive centrado, ciertamente toma en cuenta el problema de la crítica, porque es un hecho real, pero no depende interiormente de él y, por lo tanto, puede expresarse con toda la libertad, aunque de hecho utiliza esta libertad justo en la medida que lo juzga prudente en cada situación.

Entonces se produce un modo nuevo de poder vivenciar las cosas y en verdad se disfruta mucho más que antes. Se parece un poco a lo que experimenta un buen actor cuando ha de vivir un papel y este papel lo puede vivir muy conscientemente.
El actor disfruta enormemente al representar aquel papel y al expresar aquellos sentimientos que trata de vivir. Pero en la medida que él se mantiene consciente, él se siente independiente de aquello que expresa, sin dejar por eso de sentirlo. O sea, cuanto más capaz es de sentirlo y al mismo tiempo de mantenerse él mismo centrado, consciente, más aumenta su capacidad de disfrute; juega mejor porque juega más todo él. Y exactamente igual ocurre en la receptividad: uno participa más plenamente en lo que ve.

Relajación y Energía - Antonio Blay


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