Cuando el Maestro de Zen alcanzó la iluminación,
escribió lo siguiente para celebrarlo:
«¡Oh, prodigio maravilloso: Puedo cortar madera y
sacar agua del pozo!».
Para la mayoría de la gente no tienen
nada de prodigioso actividades tan prosaicas como sacar agua de un pozo o
cortar madera. Un vez alcanzada la iluminación, en realidad no cambia nada.
Todo sigue siendo igual. Lo que ocurre es que entonces el corazón se llena de
asombro. El árbol sigue siendo un árbol; la gente no es distinta de como era
antes; y lo mismo sucede con uno mismo. La vida no prosigue de manera diferente.
Puede uno ser tan variable o tan ecuánime, tan prudente o tan alocado como
antes. Pero sí existe una diferencia importante: ahora puede uno ver todas las
cosas de diferente modo. Está uno como más distanciado de todo ello. Y el
corazón se llena de asombro.
Esta es la
esencia de la contemplación: la capacidad de asombro. La contemplación se
diferencia del éxtasis en que éste lleva a uno a «retirarse». Pero el
contemplativo iluminado sigue cortando madera y sacando agua del pozo. La
contemplación se diferencia de la percepción de la belleza en que ésta (un
cuadro o una puesta de sol) produce un placer estético, mientras que la
contemplación produce asombro, prescindiendo de que lo que se contemple sea una
puesta de sol o una simple piedra.
Y ésta es prerrogativa
del niño, que con tanta frecuencia se asombra. Por eso se encuentra tan a sus
anchas en el Reino de los Cielos.
Seamos como niños pues, no perdamos la capacidad de asombro
ResponderEliminarGracias Juani, feiz 2012