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viernes, 18 de diciembre de 2020

Amor y amor


Solemos confundir el amor con un sentimiento acompañado por celos, temor, competencia, exigencia, posesión, rencor, envidia, rutina, temor a perderlo…

Se trata de emociones pasajeras, que cambian provocando dolor, sentimentalismo y que buscan compensar necesidades físicas, mentales y afectivas (carencias, necesidad de proteger o de ser protegido, compañerismo, solidaridad, etc.) y que nos frustran cuando no se corresponden a nuestra idealización, fantasías de cómo debiera o quisiera que la otra persona sea o se comporte, toda una actitud infantil; y todo ello funciona así porque vivimos en la ilusión de la separación, nos creemos separados del otro y creemos que el amor viene de la otra persona, sea pareja, hijo, amigo, hermano, quien sea, con lo cual estamos buscando alguien que satisfaga esas necesidades, deseos, alguien que me quiera y a quien querer, alguien que me complete; y todas esas ideas ilusorias, erróneas de la mente, hacen que impida el surgimiento del Amor.

Entonces es necesario purificar la mente cual un alquimista, aprender a Amar, así con mayúsculas, y para ello hay que contemplar lo que somos, porque el Amor, ya lo somos, es nuestra esencia, naturaleza, lo real, lo que no cambia.

www.centroelim.org

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Somos Plenitud, Somos Realidad

 Nosotros somos plenitud, somos realidad. Entonces, ¿cómo es que nos planteamos problemas?, ¿cómo es posible que nosotros seamos plenitud, seamos realidad y que no obstante no nos demos cuenta? 

 Es que lo que ahora decimos que es nuestra conciencia no es nada más que un solo rayo de luz, es la noción de realidad y mucha sombra. La sombra es ausencia de luz, no es nada de por sí. 

 Si pudiéramos afirmar «yo soy», si quisiéramos adoptar la actitud mental de plenitud que fuéramos capaces de actualizar ahora, la que está a nuestro alcance en este momento, no haríamos nada más que convertir en acto lo que ya está en nosotros permanentemente.           

Como no se trata de adquirir nada, ni de incorporarnos absolutamente nuevas ideas, ni nuevos sentimientos del exterior sino que está todo dentro, en la medida en que seamos capaces de adoptar interiormente la actitud de ser, de plenitud, de felicidad, de realidad, de poder, en esta misma medida nos iremos recuperando, redescubriendo la verdad. 

Es sencillo, pero nos cuesta porque estamos hipnotizados por nuestro hábito de pensar que «yo soy esto», «soy poca cosa», «tengo problemas», «no realizo mi ambición». Esta es la ignorancia. La ignorancia no consiste en que nos falte conocer alguna nueva verdad, sino en creer que yo soy una cosa que no soy, en olvidar lo que realmente soy y en el fondo estar buscándolo constantemente durante toda la vida. 

Cuando por la mañana nos despertamos, recuperamos nuestra conciencia de personalidad, pero en realidad con conciencia de personalidad o sin ella, hemos sido siempre el mismo. Se trata pues de volver a recuperar nuestra noción de realidad, y esto no por ninguna maniobra externa, no porque nadie nos dé ninguna clave, ningún secreto, sino simplemente por el hecho de vivir de un modo directo, inmediato nuestra aspiración, por vivirla en presente.ç

Hay que utilizar el poder de afirmar, el poder de actualizar, hay que tener el coraje de realizar todo lo que estamos aspirando, todo lo que estamos intuyendo, de disponernos interiormente como si ya lo viviéramos, como si ya lo fuéramos. Es esto que cuando no se ve parece un absurdo y cuando se ve resulta transparente. Ya somos todas estas cosas; lo único que nos impide vivirlo son nuestras ideas negativas, nuestras actitudes de limitación. En la medida en que vayamos reafirmando en nosotros las actitudes positivas y las ideas amplias de afirmación total, lo único que haremos será recuperar la verdad, lo que realmente somos. Pero tenemos miedo. Y el miedo impide pensar bien, sentir bien, actuar bien.

 ¿De qué tenemos miedo? Tenemos miedo de que nos venga algún daño, algún perjuicio de un modo u otro. De nuevo estamos proyectados hacia fuera, pendientes de la realidad exterior que ha de venir a confirmar o negar nuestra realidad personal.

 Démonos cuenta de este engaño, no hemos de depender en nuestro ser de nada del exterior en absoluto. Porque lo que somos lo somos con exterior y sin exterior. Y hemos de ser capaces de volver a descubrir nuestra realidad, volver a, vivirla, a vivirla en presente, tener el valor de poder afirmar «yo soy». Y que la mente se dirija sin vacilación a tomar plena conciencia de este acto de ser, investigando sin cesar. Que investigue a pesar de los miedos, que adopte la actitud de apertura interior, de abrirse ante todo lo que sea verdad, pase lo que pase. No hemos de tener nunca miedo a la verdad.

 Descubrir lo que somos, lo que es nuestro ser, lo que hay en el eje de nosotros mismos. Esto no nos ha de producir nunca miedo, ni nos ha de desviar si evitamos cuidadosamente formarnos falsas ideas o ideologías, si buscamos directamente la experiencia. Todo lo que nos da valor es nuestra experiencia. 

Nuestro desarrollo es producto de la experiencia. No de teorías ni de ideas, sino de la experiencia, de lo que vivimos de un modo directo e inmediato. Hemos de llegar al fondo de esta experiencia hasta vivir realmente quien soy yo, qué experimento, quién es ese que está detrás de cada experiencia. Sin confundir el yo con ninguna experiencia particular. Buscar este centro que une todos los radios, este «yo» que está detrás de cada instante.

    Antonio Blay

miércoles, 27 de mayo de 2020

La conciencia como Fondo

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Se trata de aprender a ver que la conciencia no es sólo lo que la mente mira. La, conciencia es lo que está detrás de lo que la mente mira. 

Cuando tú me vez a mí eres solo consciente de mí; pero no podrías ser consciente de mí si no fueras consciente de la pared que hay detrás de mí. Pero siendo consciente de la pared, no eres actualmente consciente de que ves la pared; porque tu atención exterior, que tiende siempre a particularizarse, se centra en mi forma física y no en el fondo gracias al cual percibes la forma particular. Pero no podrías percibir esta forma particular sino percibieras el fondo. 

Y así ocurre con todo acto de conciencia: somos conscientes de algo gracias a que somos también conscientes de otra cosa detrás. Soy consciente de una idea porque hay una no-idea alrededor; sino no sería consciente de la idea. Soy consciente de una verdad como verdad, porque hay una noción de inteligencia detrás; y la verdad es la forma particular de esta inteligencia. 

Hay un sentimiento (o estado) particular porque hay un fondo universal o total en ti que es un «sentir» siempre presente. Si no hubiera este fondo no podrías percibir el estado o sentimiento particular. 

Es por esta facultad maravillosa que al focalizar nuestra atención en algo particular dejamos de ser actualmente conscientes del fondo, a pesar de que lo seguimos siendo (de un modo u otro), sino no podríamos percibir lo particular. 

Es parecido a una visión. En la visión -esto se ve muy claro en el cine-, ocurre cuando se quiere enfocar claramente un primer plano (o una figura en primer término); entonces lo que está detrás se obscurece, quedando borroso. Si se quiere centrar lo que está en el fondo se diluye lo que está en primer plano ¿no es cierto? 

Así, podríamos decir: detrás de esta conciencia lúcida, actual, que tenemos de nosotros en primer plano, está esa presencia difusa de la realidad total que somos. 

Es necesario descubrir que esa cosa que parece no-cosa es nuestra conciencia completa, amplia, profunda, pero ahora estamos adiestrados a mirar sólo lo particular; y de lo particular, a otro particular y a otro particular. Y así, estamos constantemente resbalando por lo que son figuras o estados particulares, fenómenos particulares de la conciencia, sin descubrir que esto implica ser toda la conciencia que hay en el fondo.
Debemos aprender a aceptar esa no cosa presente, eso que parece que no es nada, eso que parece que es silencio, eso que parece que no tiene sentido (al principio), porque es la base, es el sustrato del cual está hecha mi conciencia particular. 

Estamos mentalizados a creer que es más real la forma que el fondo y no es cierto; porque una forma es sólo forma del fondo. Estamos acostumbrados a creer que una ola es más real que el mar; nuestra mente lo percibe así porque el mar es amorfo y la ola es la forma que percibe distintamente nuestra mente. Pero la ola no le da mayor realidad al mar, la ola está hecha (toda ella) del mar, y percibimos la ola gracias al mar, o sea, lo que es no-ola. 

Así, todos los actos particulares, de pensar, de sentir, de querer, son como olas de una océano básico. Nosotros atendemos a las olas de cada momento sin tomar conciencia del océano base que somos. Se trata, pues, de educar la mente a prestar atención a lo que es el fondo, y entonces, desde el fondo vivir las formas, desde la totalidad vivir lo parcial, desde la plenitud vivir cada acto particular.

Antonio Blay


martes, 26 de mayo de 2020

El Desarrollo como respuesta interna


Toda nuestra vida, toda, es constantemente un proceso de actualización de un potencial. Toda nuestra vida, sea desde el punto de vista físico, afectivo, mental, desde el punto de vista que sea, es una constante respuesta a estímulos internos o externos; y es mediante estas respuestas -sean de tipo energético, de tipo mental o de tipo afectivo-, que se va estructurando nuestra personalidad.

No hay nada absolutamente que nosotros podamos vivir, que no sea una actualización de un potencial interior. Yo no adquiero nada en sí del exterior sino que respondo al exterior y esta capacidad de respuesta es exactamente lo que constituye mi desarrollo.

Por lo tanto, si esto ocurre así en todos los aspectos de mi existencia, si toda mi vida es un constante proceso de actualización, eso quiere decir que yo ahora, de algún modo, ya soy todo lo que puedo llegar a actualizar. 
O sea, que si yo me imagino todo lo que yo podría llegar a actualizar, suponiendo unas condiciones determinadas, ideales, óptimas, favorables -lo que yo podría llegar a desarrollar como inteligencia, como felicidad, como conciencia de realidad, de plenitud-, todo esto me está dando indicios de eso que soy en ese centro de mi propia potencialidad.


MI VERDADERA IDENTIDAD

Esa potencialidad, de donde surgen todas mis respuestas, no es algo alejado de la realidad.

A esa potencialidad, la llamo precisamente potencialidad sólo porque lo miro desde mi percepción física, o mi experiencia sensorial, ya que esta potencialidad, en su propio nivel, es mi realidad; y es en este plano de la experiencia concreta que se va manifestando como mi realidad personal en el tiempo y en el espacio. Pero todo lo que yo voy siendo y lo que pueda llegar a ser en este proceso de devenir, todo eso es la actualización en el tiempo, en lo fenoménico, de algo que yo ya soy en un nivel o en un punto más central. Y ese nivel o punto central es lo que realmente soy. Y además, lo soy constantemente, es mi identidad, es lo que soy en mí mismo; y lo que yo voy actualizando son modos de ser de ese Ser total.

El hecho es que, lo mismo si lo miramos desde el punto de vista de una realidad suprema -que podemos llamar Dios o el nombre que queramos-, como del punto de vista de una simple experiencia de nuestra propia vida concreta, vamos a parar a lo mismo: yo, mi verdadera identidad no es eso que aparece en mi conciencia actual, sino que mi verdadera identidad es lo que hace que yo sea yo. Es esa continuidad de identidad que yo tengo, es ahí donde soy toda mi capacidad de ser. Ese nivel central es mi verdadera identidad, de él surge mi noción de yo.

Como yo hasta ahora sólo he desarrollado una conciencia muy periférica, muy externa, y como además, toda la educación y la sociedad me están obligando a vivir en este nivel externo, yo he aprendido a aceptar que yo sólo soy ese modo de ser. Lo que yo soy en esa realidad central, es algo que lo soy ahora, es algo que lo soy en todo momento y que lo soy del todo.

Mi único problema es que yo vivo creyendo que soy otra cosa, porque durante toda mi vida he sido educado, mentalizado, he recibido una suma de sugestiones, constantemente, para que yo acepte mi realidad sólo como un modo particular de ser; porque los demás viven así, porque me enseñan a vivir así y porque se molestan conmigo y me rechazan si yo no vivo con esta misma escala de valores.

Todo lo que yo puedo llegar a vivir en el tiempo a través de un desarrollo, es lo que ya soy en un centro. El tiempo no añade nada a lo que soy. El tiempo es sólo un despliegue progresivo de esta identidad que soy. Por lo tanto, todo lo que yo pueda llegar a vivir con el tiempo, a través del tiempo, lo puedo vivir ahora en la medida en que yo me sitúe en este mismo nivel de profundidad donde está. O sea que el desarrollo en el tiempo es equivalente a mi profundidad actual ya que yo soy en todo momento esta realidad donde existe toda la plenitud.




PLENITUD, LUCIDEZ

Si yo ya soy eso ¿por qué no lo vivo?

Porque estoy sugestionado para vivir creyendo ser otra cosa. Pero es que además hay otro hecho muy curioso: y es que esa realidad central que soy, lo que es mi verdadera realidad es, además, plenamente consciente, ya que esa realidad es básicamente conciencia, lucidez. Es inconcebible una realidad de la inteligencia que sea inconsciente. Si eso es algo, es pura conciencia, es lucidez. 

Eso es lo que somos: plenitud, conciencia y pura lucidez. Y ahí está la maravilla, que nosotros estamos viviendo como si esto no existiera. Podríamos decir que nosotros somos esa plenitud consciente, de la cual somos inconscientes.

Esta plenitud y esta conciencia ya están dentro; ya la soy, no es que sea algo distinto a mí; es lo que siempre he sido.

El problema es: ¿en qué medida yo soy capaz de reconocer-me? ¿En qué medida vivo instalado en mi centro de ideas, de esquemas mentales, con sus separaciones, con sus dualidades, con sus contradicciones y sus tensiones? ¿En qué medida yo soy capaz de poder situarme en ese centro donde yo ya soy esa totalidad?

Lo que nosotros entendemos como conciencia, apenas es conciencia. Lo que nosotros llamamos conciencia es como una minúscula porción superficial y parcial de esta conciencia total que somos. Este fenómeno es muy curioso y lo podemos ver en nuestra vida diaria; nosotros somos siempre mucho más conscientes de lo que nos damos conscientemente cuenta.

Por ejemplo, sólo cuando yo estoy enfermo me doy cuenta que antes me encontraba muy bien. O sea, que sólo me doy cuenta de mi conciencia de salud cuando ésta se altera. Y por eso después de haber estado enfermo, de haber estado mal, el día en que nos sentimos bien gozamos ese sentirnos bien como siempre. Observad esas palabras: bien como siempre. Pero sólo lo gozamos los primeros momentos. A los tres días, o dos días, o a la media hora de sentirme bien, ya dejo de ser consciente de ese bien que me siento.

Y entonces es como si mi mente se volviera a cerrar y volviera a vivir ausente de una cosa real (como el estar bien), para estar preocupada de las cositas que se van moviendo en la periferia.

Si se entiende bien este ejemplo que todos conocemos por experiencia, observaremos que es un verdadero misterio el hecho de que siendo conscientes, vivimos como si no lo fuéramos.

Nuestra realidad total es exactamente del mismo orden; somos ya esta plenitud total, sólo que hemos de recuperar esta conciencia, porque estamos viviendo con la mente crispada, cerrada, agarrándose a unas cuantas cosas en particular que hacen que yo en mi nivel externo no esté viviendo plenamente lo que ya estoy siendo y viviendo en el nivel más profundo.

"La Realidad". Antonio Blay



domingo, 24 de mayo de 2020

Meditación- familiarizarse con el pensamiento

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La capacidad de pensar es una de las cualidades más asombrosas de la humanidad, 

Basta simplemente con recordar las obras maestras de la ciencia, las matemáticas y la filosofía. Las grandes obras de la cultura, como la poesía, la literatura y la música, ilustran perfectamente el florecimiento del pensamiento. 

Todo ello proviene de la mente y es fruto, en gran medida, del pensamiento. Pero cuando el pensamiento no se contiene y examina dentro del contexto mayor de la conciencia, puede acabar desbocándose. Es entonces cuando puede asociarse a estados emocionales aflictivos inconscientes y acabar generando mucho sufrimiento… a nosotros mismos, a los demás y, en ocasiones, al mundo. 

Es muy importante que, comprendas que la meditación consiste en familiarizarte con el pensamiento, es decir, con sostenerlo amablemente en tu conciencia, independientemente de lo que, en un determinado momento, ocupe tu mente. No tiene que ver con desconectarte de los pensamientos o intentar cambiarlos. 

Meditar no implica que no debamos pensar o que apenas afloren los pensamientos debamos reprimirlos, a veces serán desbordantes, perturbadores, inquietantes, y en otras ocasiones, serán más elevados y creativos. Sin tratar de reprimirlos. Si tratas de reprimir los pensamientos, acabarás provocándote un gran dolor de cabeza. Esta pretensión es un tanto absurda, es como pretender acabar con las olas del océano. La naturaleza misma del océano es la de cambiar su superficie en función del cambio de las condiciones climáticas. 

Hay veces cuando no hay viento en las que la superficie del océano se asemeja a un espejo. Pero lo más habitual sin embargo, es que en una medida u otra, las olas pueblen su superficie. En mitad de una tormenta, un tifón o un huracán, su superficie puede ser tan feroz y turbulenta que ni siquiera se parezca a una superficie, pero, aun en tal caso, una decena de metros por debajo de la superficie, la turbulencia desaparece…y solo queda una amable ondulación. 

Algo semejante ocurre con nuestra mente. Su superficie es extraordinariamente tornadiza, cambiando de continuo en función de las “condiciones climatológicas” de nuestra vida: nuestras emociones, estados de ánimo, pensamientos y experiencias, a menudo con poca o ninguna conciencia, en general, de nuestra parte. 

Podemos sentirnos victimas de nuestros pensamientos o cegados por ellos. Podemos tomarlos erróneamente como si se tratara de la verdad o realidad, cuando de hecho solo son olas en su superficie, por mas tempestuosas que en ocasiones nos puedan resultar. 

La totalidad de nuestra mente, por otra parte es de naturaleza insondable, inmensa, esencialmente tan tranquila y silenciosa como las profundidades del océano. 

Los pensamientos, por ejemplo, pueden asimilarse a burbujas que salen de un recipiente de agua hirviente: se originan en el fondo, ascienden a la superficie y, una vez ahí, se disipan en el aire. 

También es posible, por ejemplo, asimilar la energía de la mente pensante a la corriente del agua de un arroyo o de un gran río. Podemos quedarnos atrapados en la corriente y vernos arrasados por ella o sentarnos en la orilla a contemplar y escuchar las diferentes pautas que afloran (las turbulencias, remolinos y formas, los borboteos y sonidos cambiantes y pasajeros que emergen de continuo). 

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Hay veces en que los pensamientos atraviesan la mente como si de una cascada se tratara y podemos deleitarnos con esa imagen e imaginarnos sentados en una pequeña caverna o depresión ubicada en la roca detrás de la catarata, asombrados por los sonidos siempre cambiantes, pasmados por el rugido interminable y descansando en la atemporalidad de la mente que se despliega en ese momento extendido. 

A veces, los tibetanos, describen los pensamientos como “escribir en el agua”, algo esencialmente vacío, insustancial y transitorio. 

Otras imágenes también muy adecuadas son asimilar los pensamientos a escribir en el cielo o tocar una pompa de jabón. 

Todas estas metáforas consideran que los pensamientos se “auto liberan” o “estallan”, como las burbujas de jabón al ser tocadas con el dedo, o al ser “tocadas” por la conciencia; o dicho de otra manera, cuando son reconocidas como pensamientos, meros eventos pasajeros que aparecen, perduran un tiempo y acaban desapareciendo en un ilimitado e interminable campo de conciencia. 

Cuando los pensamientos se sostienen de este modo en la conciencia, pierden rápidamente, sea cual sea su contenido y carga emocional, su poder para subyugar y dictar nuestra respuesta a la vida. 

Entonces, dejan de ser prisiones y podemos trabajar con ellos. Y el conocimiento y reconocimiento de que son meros eventos que aparecen en el campo de la conciencia, resulta liberador. 

Entonces es cuando, sin tener que hacer absolutamente nada, podemos trabajar con ellos; es la conciencia misma la que lleva a cabo todo el trabajo de liberación. 
No tomarnos los pensamientos como algo personal. Cuando entendamos que, independientemente que su contenido sea “bueno”, “malo” o feo, no debemos tomarnos nuestros pensamientos como algo personal, habremos dado un gran paso hacia adelante. 

No tenemos que creernos completamente las cosas que pensamos, ni siquiera tenemos que pensar en los pensamientos como si fueran “nuestros”. Podemos reconocerlos como meros pensamientos, eventos que tienen lugar en el campo de la conciencia, eventos que aparecen y desaparecen muy rápidamente, que a veces van acompañados de comprensiones, a veces de una extraordinaria carga emocional y, dependiendo del modo en que nos relacionamos con ellos, pueden tener un extraordinario efecto positivo o negativo en nuestra vida. 

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Cuando dejamos de tomarnos automáticamente nuestros pensamientos como algo personal, cuando dejamos de creernos la historia sobre la “realidad” que, en la base de ellos, erigimos, cuando simplemente dejamos que los pensamientos discurran por la conciencia con una sensación de curiosidad y sorpresa ante el hecho de que algo tan insustancial, limitado e inexacto tenga tanto poder, se abre ante nosotros, en ese momento, la oportunidad de sustraernos de su influjo habitual y verlos como son, meros acontecimientos impersonales, y darnos entonces cuanta que la conciencia ya es. 

En ese momento, somos libres y estamos en condiciones de actuar con una mayor claridad y amabilidad dentro del campo de eventos continuamente cambiante que no es otra cosa sino el despliegue de la vida, que, por más que no sea como pensamos que debería ser, siempre es tal cual es. 

Sean cuales sean las metáforas o imágenes que más útiles nos parezcan para describir la naturaleza de la mente y la relación que, tanto durante la meditación, como en la vida cotidiana, mantengamos con nuestros pensamientos y emociones, es importante reconocerlos como meros pensamientos. 

Si caemos en la corriente de los pensamientos o, más especialmente, si nos identificamos con alguno de ellos (diciéndonos: “esto soy yo” o “esto no soy yo”), acabamos realmente atrapados. 

Esa es la identificación última, la identificación de circunstancias, condiciones o cosas con los pronombres “yo”, “mi” o “mío”, un hábito al que a veces denominamos selfing: la tendencia a colocarnos en el centro absoluto del universo. 

Puede ser muy interesante prestar atención al modo en que nos pasamos la vida sumidos en el hábito mental de selfing (egotización) y, sin pretender corregirlo, ni cambiarlo, ser simplemente conscientes de él. 

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La conciencia es el gran contenedor. Estamos tan condicionados por nuestras pautas de pensamiento que ni siquiera reconocemos nuestros pensamientos como tales. 

¿No es cierto que tendemos a experimentar nuestros sentimientos y pensamientos como hechos, como la realidad absoluta de las cosas… aunque en el fondo sepamos que las cosas no son así? 

Por supuesto que sí, pero en tal caso no sabemos muy bien qué hacer con ese incomodo sentimiento que acecha en la sombra de nuestra conciencia. 
Esto nos asusta un poco y a veces, bastante más que un poco, pero tenemos muy poca guía o entrenamiento sistemático, si es que tenemos alguno, sobre la importancia de considerar la conciencia como algo diferente y mayor que el pensamiento y la emoción. 

La conciencia es un gran contenedor capaz de incluir todo pensamiento y toda emoción, sin la menor necesidad de quedarnos atrapados en ellos. 

Hemos nacido con las sorprendentes capacidades de pensar, de sentir y de ver y, del mismo modo, también hemos nacido con esa capacidad a la que llamamos conciencia, aunque, en este caso se halle lamentablemente poco desarrollada. 

Todos hemos asistido, en algún momento, a clases en que se nos enseñaba a pensar críticamente, pero ¿se nos ha enseñado acaso a cultivar nuestra conciencia?. Eso sería muy raro. 

Ese entrenamiento, por más sorprendente que resulte, no forma parte de ningún curriculum de ninguna escuela primaria, secundaria, ni, hasta hace muy poco, “superior”. Pero esta es una situación que está cambiando rápidamente, en la medida que el mindfulness va introduciéndose, de modos muy diferentes, en todo el espectro de niveles educativos y a personas de todas las edades. 

Los objetos a los que atendemos no son tan importantes como la atención misma. 

Como el Mindfulness tiene que ver con el cultivo de la conciencia instante tras instante a través de una atención cuidadosa, sistemática y disciplinada, puede parecer inicialmente como si lo mas importante fuese aquello a lo que le estamos prestando atención, es decir, los distintos objetos de atención. 

chica que corre, el running desde adentro!!: Meditando por la Paz

Estos objetos de atención pueden centrarse en algo que tiene lugar dentro del reino de nuestra experiencia: lo que vemos, olemos, degustamos, tocamos, sentimos o conocemos en un determinado momento. Y ello es así porque, desde el comienzo de la práctica de la meditación, tenemos que concentrarnos en algo a lo que prestar atención, ya sea la sensación de la respiración entrando y saliendo de nuestro cuerpo, los sonidos que llegan a nuestros oídos o cualquier otra cosa que percibimos o aprehendemos en el momento presente, hasta aprender a posar la atención en la conciencia misma, sin necesidad de elegir objeto concreto en el cual concentrarnos. 

Hemos de comprender que lo más importante no son, cuando estamos prestándole atención, las sensaciones de la respiración, los sonidos ni los pensamientos. Lo más importante (aunque resulte ser lo que más fácilmente olvidamos y no experimentamos) es la conciencia que siente y conoce directamente, sin necesidad de pensar, que la respiración está ocurriendo en este instante, que la escucha está ocurriendo en este instante y que los pensamientos están desplazándose en este instante, a través de ese espacio semejante al cielo que es la mente. 

Independientemente de los objetos a los que les estas prestando atención, lo más importante es la conciencia. Y esa conciencia ya es nuestra. Ya disponemos de ella, ya es completa y ya es capaz de sostener y conocer (de un modo no conceptual) todas y cada una de las experiencias internas y externas, independientemente de lo grandes, triviales o maravillosas que sean. Esa es una propiedad de la conciencia. Y tú ya la posees, aunque quizá sea más exacto decir que tú ya eres eso.

adaptación de texto de  Thich Nhat Hanh




sábado, 16 de mayo de 2020

La vida lo incluye todo


EL miedo más atroz que hay en nosotros no es el miedo a la muerte; es el miedo a la vida. Es el miedo a vivir —a vivir realmente—, a estar de verdad vivos y despiertos en el aquí y el ahora, a estar desprotegidos frente a la energía en bruto, la energía salvaje que es la vida. 

La vida lo incluye todo —no solo lo bueno, lo positivo, lo feliz— y eso significa que, para estar de verdad vivos y despiertos, debemos abrirnos a todo. Sí, la vida es alegría, dicha y felicidad, pero también es dolor y tristeza, miedo, ira, confusión e impotencia. 

Despertar significa admitir que no puedes protegerte de ninguna de las olas del océano de la vida, que quien realmente eres es tan vasto e incondicional y libre que no puede sino acogerlo todo. 

Abrirte a la vida equivale a abrirte a la muerte..., a la muerte de quien pensabas que eras, la muerte de quien creías ser, la muerte de todo lo que has imaginado sobre ti. La vida y la muerte son en verdad iguales, y la mente nunca, jamás, entenderá esto. 

La gente suele pensar que la iluminación espiritual tiene que ver con eliminar las olas de experiencia de las que siente miedo. 

Tenemos la idea equivocada de que la iluminación es un estado o experiencia especial, un lugar donde ya no hay miedo, ni dolor, ni tristeza, ni ira, ni nada negativo. En otras palabras, que la iluminación es un océano totalmente en calma y controlado, en el que todas las olas malas han muerto. Que es luz sin oscuridad, unidad sin diversidad. 

Pero esta idea no es sino expresión del anhelo del buscador. El buscador quiere anestesiarse contra la vida. El buscador quiere estar protegido de la muerte, tener control total sobre las olas en la experiencia presente. 


Para muchos, la iluminación es la visión de un océano perfecto..., un océano libre de todas las olas negativas, de todas las olas malignas, de todas las olas peligrosas. Es el gurú extasiado que vive en un estado de felicidad absoluta, que nunca siente dolor, tristeza, aburrimiento, frustración, miedo ni ninguna clase de debilidad habida o por haber. Es estar libre del mundo relativo del dolor y el sufrimiento. Es un escape del mundo de la dualidad. Es la protección suprema. 

Entendemos ahora que este tipo de iluminación es imposible. Es una mentira, basada en ideas dualistas sobre quién y qué somos. Es un sueño del buscador, y nada más. Desgraciadamente —o quizá afortunadamente, en el gran plan de las cosas— muchas enseñanzas espirituales están al servicio de ese sueño. El sueño vende, porque es lo que el buscador quiere por encima de todo: comodidad, certeza y seguridad. 

Durante toda la historia humana, debido al miedo esencial a la muerte (que era secretamente miedo a la vida), hemos combatido lo que nos parecía oscuridad y hemos intentado alcanzar lo que creíamos luz. 

Incapaces de reconocer quiénes éramos realmente, hemos atacado o reprimido todo aquello que nos parecía una amenaza para esa luz. Esos aspectos de la vida los hemos calificado de peligrosos, malignos, pecaminosos, impíos, malvados..., tabú, en el sentido original del término, y la espiritualidad se ha convertido así en una guerra contra la oscuridad, y no en el descubrimiento de la luz presente. 

Sintiéndonos separados como individuos, habiendo desgarrado en dos la realidad, hemos creído que si conseguíamos deshacernos de los aspectos oscuros de nuestra experiencia, si conseguíamos vencer al demonio, si conseguíamos subyugar el pecado, si conseguíamos librar del mal al mundo, si conseguíamos destruir la impureza, conoceríamos una vida larga y próspera. 

Queriendo alcanzar el cielo, hemos inventado y luego combatido la idea del infierno. Queriendo alcanzar el nirvana, hemos rechazado el samsara. 

Queriendo alcanzar la cordura, le hemos declarado la guerra a lo que llamamos «la enfermedad mental». 

Queriendo alcanzar a Dios, le hemos declarado la guerra al pecado. 

El pecado, la enfermedad, el mal, la locura, la impureza, cualquier cosa impía, cualquier cosa que no encajara en nuestros planes de búsqueda, la hemos convertido en tabú, y nos hemos sentido con justo derecho a reprimirla, combatirla o incluso destruirla. 

Hemos creado chivos expiatorios, seguidos de incalculable violencia. Hemos creído que estábamos del lado de la vida y que, por nuestras fatigas, se nos recompensaría con más vida; que estaríamos protegidos de la muerte, y que todo saldría a la perfección. 


Tenía sentido..., en cierto modo. Escapa de la oscuridad y alcanza la luz. Escapa del mal y alcanza lo bueno, lo puro, lo sagrado. Escapa de lo personal y alcanza lo impersonal. Escapa de la dualidad y alcanza la no dualidad. Eso es lo que hemos creído, en nuestra inocencia. Pero cuando las despojamos de toda connotación religiosa, vemos que palabras como «oscuridad» y «mal» no son ya extrañas fuerzas místicas que hayamos de temer y combatir, sino meros indicadores de aquellas olas de experiencia — aquellos pensamientos, sentimientos y sensaciones— que en la actualidad rechazamos, que en la actualidad no consideramos expresiones legítimas de la completud. 

Las olas «malas» u «oscuras» son simplemente aquellas en las que, por error, vemos una amenaza para la completud, una amenaza para la vida. Son las olas que rechazamos, las que no amamos. Las olas a las que les damos la espalda, a las que tememos. Son las olas huérfanas que sencillamente anhelan volver a casa, y a las que no permitimos entrar, que ponen en peligro las preciosas imágenes que tenemos de nosotros mismos. 

El miedo, la ira, la tristeza, los deseos sexuales, los pensamientos extraños... no son inherentemente oscuros ni malos. Lo único que ocurre es que no se les permite entrar en la luz, y por eso parecen lo que no son. Parecen ser oscuros y malos y oponerse a la luz, pero, en verdad, ninguna ola puede oponerse jamás al océano, puesto que todas las olas son el océano. 

Ninguna de esas olas que consideramos oscuras se opone a la luz; ya es la luz, solo que no se la reconoce como tal. Lo que consideramos malo no es sino luz reprobada y rechazada. Lo que consideramos malo es simplemente lo que tememos. 

Muchas enseñanzas y prácticas espirituales se nos han presentado a lo largo de los siglos como la solución última al problema de ser humanos. Se nos ha enseñado la manera de trascender lo negativo y atraer lo positivo, de salir del cuerpo, de eliminar las emociones dolorosas, de escapar de los sentimientos, de detener los pensamientos, de aniquilar la imperfección y la impureza, de desapegarnos de la vida. Pero ¿por qué esta batalla interminable contra los pensamientos y los sentimientos? 

¿Por qué esta guerra con el momento presente? 

¿Por qué nos da miedo dar un abrazo total a nuestra humanidad, el abrazo que en realidad somos en esencia? 

¿Por qué tenemos tanto miedo de nosotros? 

¿Por qué este rechazo constante de la vida en sí? 

Tal vez tengamos miedo de que, si abrazamos completamente nuestra humanidad en el aquí y el ahora, estemos de hecho impidiendo o perdiéndonos algún tipo de existencia más sublime en el futuro. 

Se nos ha hecho creer que la humanidad se encuentra en algún tipo de estado deshonroso, y que abrazar plenamente la experiencia humana, deshonrosa, obligadamente terrenal, mortal, «ilusoria», sería un error, una evasiva, una claudicación, significaría conformarnos con menos de lo que merecemos, rechazar nuestra herencia cósmica. 

Se nos ha enseñado que, más allá de la experiencia humana, más allá de las sombras de la cueva, hay un mundo más perfecto, un misterioso reino inmortal, celestial e iluminado esperándonos a todos. 


Quizá todas estas creencias sean solo los sueños y las pesadillas del buscador, y la completud que buscamos esté ya aquí, oculta de hecho en nuestra humanidad, oculta en todo aquello de lo que intentamos escapar. 

Quizá ser humano nunca haya sido el problema. 

Quizá el problema nunca haya sido la vida. 

Quizá no necesitemos soluciones al problema inexistente de estar vivos aquí y ahora. 

Quizá no necesitemos promesas de un mundo mejor, de una vida futura, de un cielo, de un ámbito espiritual trascendente, y nunca las hayamos necesitado. 

Quizá estemos profundamente bien como estamos, ya perfectos en nuestra imperfección, acogidos ya plenamente en el abrazo de la propia vida, que intentamos eludir. 

¿Qué es la iluminación, entonces, si no guarda relación con escapar de nuestra humanidad, con escapar de algo llamado oscuridad o negatividad o el mal y avanzar hacia otro algo llamado luz? 

¿Qué es el despertar espiritual, si no guarda relación con librarse de todas aquellas cosas de nosotros que nos disgustan? 

¿Qué es la verdad suprema, si ya no es una negación de nuestra humanidad? 

¿Qué es lo impersonal, si ya no está en guerra con lo personal? 

¿Qué es lo absoluto, si al final acoge en sí lo relativo? 

¿Qué pasa cuando todas las olas son dignas de amor, cuando no queda nadie aquí separado de la vida? 

¿Qué pasa cuando el miedo a la muerte, que es el miedo a la vida, toca a su fin? 

La iluminación no consiste en que seas tan fuerte que puedas aceptar todas las olas. No consiste en controlar las olas en modo alguno. No consiste en escapar del momento presente. No consiste en mantener una imagen de ti de persona iluminada y en demostrar lo espiritual que eres, lo extasiado y en paz que vives todo el tiempo. 

Consiste en descubrir quién eres..., y eso es algo tan radicalmente abierto, tan vulnerable, tan desprotegido, tan débil, en cierto sentido, que cada vez te resulta más imposible escapar de las olas que aparecen ahora. Una debilidad que, en realidad, no es debilidad en absoluto, pues en ella reside la fuerza más imponente. La iluminación es la más profunda aceptación de la vida. Y no hace falta que tú «hagas» esa aceptación; forma parte inherente de ti. 

Mucha gente tiene experiencias del despertar en las que entran en contacto con el vasto océano, más allá de la multitud de olas. Pero la vida no acaba ahí. Las olas siguen viniendo y, muy pronto, todas esas preciosas percepciones espirituales se olvidan. 

Por muy despiertos o espiritualmente evolucionados que creamos estar, por mucho que mostremos la imagen de «no tener un yo», o de ser «nadie», o de estar «más allá de lo personal», nos enredamos en las olas de la vida, lo admitamos o no. 

Nos vemos nuevamente arrastrados por el sufrimiento, el dolor físico, el conflicto de las relaciones, las adicciones, el perseguir nuevas experiencias o el aferramos a las viejas, o una nueva búsqueda espiritual. 

Es como haber estado despiertos y haber perdido luego ese despertar. Tocamos el cielo, y luego caímos de él. De esto pueden derivarse mucho conflicto y mucho sufrimiento: una vez que has tocado el cielo, la vida puede ser un infierno. Incluso la persona aparentemente más iluminada puede seguir experimentando tristeza, miedo o un conflicto terrible en sus relaciones, después de la experiencia de la iluminación. Y muchas veces ese sufrimiento es más difícil de admitir que nunca, ahora que la imagen de sí mismo que uno pasea es la de «el que ha experimentado el despertar» o, peor todavía, la de «el maestro iluminado». 


Pero este sufrimiento que continúa es una gran noticia, de verdad, pues es solo una invitación a que te desprendas de todas las imágenes que tienes de ti, incluida la imagen de que estás iluminado o de que has trascendido el sufrimiento; a que afrontes sin miedo la experiencia presente, y a que encuentres la más profunda aceptación en ella..., y solo en ella. 

Algunas enseñanzas espirituales hablan de las etapas del despertar. Dicen que lleva tiempo estar plenamente despierto. Algunas enseñanzas aseguran que puede haber un suceso inicial de despertar (en otras palabras, percibir el océano), pero que luego se puede tardar muchos años, incluso toda una vida, en integrar y encarnar plenamente ese despertar, en vivir realmente en él en la vida cotidiana. 

Hay quienes hablan del despertar como un viaje de integración de todas las olas, que conduce a un punto, situado en el futuro, en el que todas las olas se encontrarán plenamente integradas en el océano, y el viajero, como individuo, estará plena y absolutamente despierto. 

Y hay quienes afirman que en realidad no existe el despertar, que el despertar es un mito, que nadie ha despertado realmente nunca, y que deberíamos todos dejar ya de contemplar nuestro sufrimiento y tomarnos una taza de té y unas pastas. 

Hay tantas enseñanzas en el mundo, tantas perspectivas distintas..., y todas pueden confundir sin límites a alguien que quiera sinceramente encontrar la libertad en su vida. 

Todos los caminos, procesos, prácticas y enseñanzas espirituales tienen su lugar; no estoy aquí para juzgar ninguno de ellos. Pero cuando reconoces que eres el espacio plenamente abierto en el que todas las olas aparecen y desaparecen, la íntima vastedad en la que todos los pensamientos, sentimientos y sensaciones vienen y van, empieza a estar mucho más claro en qué consiste realmente el despertar. 

Cuando reconoces que eres el vasto e íntimo espacio abierto de la consciencia, ya no hay una entidad llamada «yo» que vaya despertando más con el paso del tiempo, o que vaya a alcanzar la integración total en el futuro, pues, desde la perspectiva de quien realmente soy, se ve con claridad que toda ola que aparece ahora mismo está ya integrada en el océano..., que todas las olas tienen ya una intimidad total con lo que soy. 

No se trata, por tanto, de que yo avance hacia un punto final de integración total en el futuro. Ese es el sueño del buscador, que vive siempre en el cuento del logro espiritual enmarcado en el tiempo. 

De lo que se trata siempre, absolutamente siempre, es de reconocer esa integración en la experiencia presente aquí y ahora. Se trata de despertar a la completud y aceptación profunda de este momento, tal como es. 

Se trata de ver que estas olas ya están profundamente aceptadas, aquí y ahora. La integración de mañana no es asunto mío, y el relato del despertar de ayer es ir relevante. Aquí y ahora es donde está la vida, toda. Y solo hay aquí y ahora. 

Y aunque este parezca ser un proceso que se desarrolla en el tiempo —quemar las imágenes que tienes de ti, reconocer la búsqueda en todas sus formas sutiles y aún más sutiles, descubrir la aceptación en esas olas que nunca habías imaginado que se pudieran aceptar, encontrar amor y paz en lugares que pensabas que el amor y la paz habían abandonado, descubrir más y más intimidad en tus relaciones personales aunque a la vez te das profunda cuenta de que no hay «otros» fuera de ti— de hecho, es un proceso atemporal que siempre sucede solamente ahora. La vida se integra consigo misma, aquí y ahora, y tú eres el testigo de su danza. La vida se sana a través de ti. 


Sí, esta es la bellísima paradoja del despertar espiritual. La vida está ya completa, radicalmente completa, aquí y ahora. 

No eres un ser defectuoso. Incluso con tus imperfecciones, eres perfecto exactamente cómo eres. La vida ya se ha completado en este momento y siendo este momento, y esta es la bella verdad última de la existencia. Y, sin embargo, asimismo, esa completud continúa expresándose como invitación sin fin a redescubrir la completud en medio de esta experiencia encarnada, personal, profundamente humana, aquí y ahora. 

Cada ola que aparece, cada pensamiento, sonido, olor, sentimiento y sensación que aflora en el océano que eres te susurra suavemente:

«Por favor, no te escapes de mí, por muy doloroso o intenso que parezca ahora mismo. Confía en mí, soy el océano también. Aunque ahora adopto esta forma y tal vez no te resulte obvio, es aquí adonde pertenezco. No te preocupes, no es necesario que me aceptes, ya estoy dentro.
Y no te preocupes, tampoco puedes rechazarme; ya estoy dentro, ¿te has dado cuenta? ¿Estás dispuesto a ir más allá de todas las ideas que tienes sobre ti, de todos los cuentos sobre tu pasado y tu futuro, y a admitir simplemente que ya estoy aquí, que ya se me ha admitido?
¿Puedes admitir que quien realmente eres es lo bastante vasto como para contener la totalidad de la vida, lo bueno y lo malo?». 

Mira tu vida. La invitación está en todas partes. Está en la alegría y en el dolor, en el aburrimiento y en el entusiasmo, en el pesar y en el éxtasis, en la dulzura y en la amargura, en tu nacimiento y en tu lecho de muerte.
La invitación está aquí, en cada momento de este precioso y frágil regalo de una vida que tan fácilmente damos por hecha. Y justo ahora, mientras lees estas palabras, te llama con suavidad para que vuelvas a ella. 

J. Foster


miércoles, 6 de mayo de 2020

Conciencia Pura


Era un joven que había decidido seguir la vía de la evolución interior. Acudió a un maestro y le preguntó:

--Guruji, ¿qué instrucción debo seguir para hallar la verdad, para alcanzar la más alta sabiduría?

El maestro le dijo:

--He aquí, jovencito, todo lo que yo puedo decirte: todo es el Ser, la Conciencia Pura. De la misma manera que el agua se convierte en hielo, el Ser adopta todas las formas del universo. No hay nada excepto el Ser. Tú eres el Ser. Reconoce que eres el Ser y habrás alcanzado la verdad, la más alta sabiduría.

El aspirante no se sintió satisfecho. Dijo:

--¿Eso es todo? ¿No puedes decirme algo más?

--Tal es toda mi enseñanza -aseveró el maestro-. No puedo brindarte otra instrucción.

El joven se sentía muy decepcionado, pues esperaba que el maestro le hubiese facilitado una instrucción secreta y algunas técnicas muy especiales, incluso un misterioso mantra.

Pero como realmente era un buscador genuino, aunque todavía muy ignorante, se dirigió a otro maestro y le pidió instrucción mística. Este segundo maestro dijo:

--No dudaré en proporcionártela, pero antes debes servirme durante doce años. Tendrás que trabajar muy duramente en mi ashram (comunidad espiritual|. Por cierto, hay un trabajo ahora disponible. Se trata de recoger estiércol de búfalo.

Durante doce años, el joven trabajó en tan ingrata tarea. Por fin llegó el día en que se había cumplido el tiempo establecido por el maestro.

Habían pasado doce años; doce años recogiendo estiércol de búfalo. Se dirigió al maestro y le dijo:

--Maestro, ya no soy tan joven como era. El tiempo ha transcurrido. Han pasado una docena de años. Por favor, entrégame ahora la instrucción.

El maestro sonrió. Parsimoniosa y amorosamente, colocó una de sus manos sobre el hombro del paciente discípulo, que despedía un rancio olor a estiércol. Declaró:

--Toma buena nota. Mi enseñanza es que todo es el Ser. Es el Ser el que se manifiesta en todas las formas del universo. Tú eres el Ser.

Espiritualmente maduro, al punto el discípulo comprendió la enseñanza y obtuvo iluminación. Pero cuando pasaron unos momentos y reaccionó, dijo:

--Me desconcierta, maestro, que tú me hayas dado la misma enseñanza que otro maestro que conocí hace doce años. ¿Por qué habrá sido?

--Simplemente, porque la verdad no cambia en doce años, tu actitud ante ella, sí.


Cuando estás espiritualmente preparado, hasta contemplar una hoja que se desprende del árbol puede abrirte a la verdad.

                                                                                                                 Namasté


martes, 5 de mayo de 2020

Relacionándonos


Cuando nos relacionamos con alguien,

 ¿con quién nos relacionamos en realidad? 

¿Lo hacemos únicamente con la imagen que hemos creado de esa persona, y no con la persona que en realidad es en el momento, aquí y ahora? 

¿Acabamos pasando por alto a quién tenemos delante tal como es en este momento, empeñados en aferramos a nuestro relato acerca de él, a nuestra propia versión de quién es? 

¿Vemos siempre a los demás a través del filtro de la historia y el futuro, y nos perdemos lo que está presente? 

¿Quién es tu amigo, tu pareja, tu madre, tu padre, tu hermano, tu hermana cuando los ves sin el relato sobre quiénes son —sin tu relato sobre lo que creen o no creen, lo que les gusta o no les gusta, lo que han hecho o no han hecho, lo que han dicho o no han dicho, cómo te hicieron daño, te elogiaron o te ignoraron— en el relato que te cuentas de tu vida? 

¿Qué ocurriría si os encontrarais, aquí y ahora, más allá de todos los datos del pasado? 

¿Qué ocurriría si os encontrarais, aquí, por primera vez, sin expectativas, sin decepción, sin esperanza siquiera? 

¿Qué ocurriría si te encontraras con la persona que está de verdad aquí, y no con la que imaginas que está aquí? 

¿Qué significaría que os encontrarais —que os encontrarais de verdad— sin historia, sin proyecciones, sin imágenes? 

Tranquilo, no estoy sugiriendo en absoluto que nos deshagamos de los relatos que tenemos los unos de los otros, que nos olvidemos del pasado, de los detalles que conservamos unos de otros en la memoria, de nuestros nombres, del papel que desempeñamos los unos para los otros, etcétera. 

Estoy sugiriendo que, cuando vivimos únicamente en nuestros relatos recíprocos, acabamos por no percibir lo que hay realmente aquí ahora mismo. Al aferrarme firmemente a mi relato sobre ti; al aferrarme firmemente a los recuerdos, a los prejuicios, a mis ideas condicionadas sobre quién eres; al verte como personaje separado que se mueve a través del tiempo, no te veo cómo eres ahora, en este momento. 

No veo a la persona que tengo realmente delante de mí. Estoy tan encerrado en una imagen de ti hecha de pasado —en mis ideas de quién eres, en las expectativas que tengo de ti, en los desengaños que he tenido contigo, en los miedos que me provocas— que no te veo en realidad como eres, no oigo en realidad lo que me estás diciendo ahora mismo. 

Valoro el pasado por encima de tu percepción y experiencia del mundo en el momento presente. 

Es como si ya supiera quién eres, lo que vas a decir, lo que estás pensando, lo que vas a hacer, lo que crees, lo que quieres, incluso antes de que abras la boca. Todos los prejuicios empiezan aquí. 

Más allá del relato de «nosotros», más allá del sueño, más allá de nuestras imágenes recíprocas, es donde la verdadera relación es realmente posible. 

Más allá del relato de padre, de hijo, de madre, de hermana, de marido, de novia, de alumno, de maestro... es donde reside la verdadera intimidad. 

Y la realidad es que siempre nos encontramos más allá del relato. Siempre nos encontramos más allá de la imagen. 

Lo que soy, lo que eres, es el espacio abierto en el que las imágenes vienen y van. Lo que soy, lo que eres, no puede definirlo ningún relato. 

Como consciencia, soy lo que tú eres, siempre. Soy lo que tú eres, y eso es amor incondicional. 

Cuando me relaciono contigo como un yo separado con otro yo separado, como un relato con otro, en sentido profundo no hay verdadera intimidad. Represento un rol, y tú otro. Yo hago de hijo y tú, de padre, con todas las expectativas y exigencias que ambas palabras llevan implícitas. Hago de hija y tú, de madre. Hago de hermana y tú, de hermano. Hago de gurú y tú, de discípulo. Hago de «mí» y tú, de «ti». 

Me identifico con mi papel e intento relacionarme contigo, que eres asimismo tu papel. Me atengo a mi guión y tú te atienes al tuyo. 

Pero cuando me relaciono contigo, no como un yo separado, sino como el espacio plenamente abierto en el que todos los pensamientos, sentimientos y sensaciones aparecen y se desvanecen, es posible la verdadera intimidad.
 Nos encontramos, sin historia, espacio abierto con espacio abierto, y ese es el principio de la relación verdadera..., no de la relación de un relato con otro, no del encuentro de dos imágenes, sino el encuentro de dos campos de ser, dos campos abiertos en los que se permite que todos los pensamientos, relatos, sentimientos, sonidos y sensaciones vayan y vengan. (En realidad no son dos campos abiertos que se reúnen, pero por el momento es una forma práctica de expresarlo. En última instancia, no hay palabras que puedan captar esa intimidad. Toda forma de lenguaje es solo temporal, en este lugar que está más allá de las palabras.) 

Como relato que intenta completarse gracias a ti, que busca la solución en ti, que intenta llegar a casa por mediación tuya, acabaré manipulándote, no siendo sincero contigo, representando un papel delante de ti, ocultándote lo que de verdad siento por miedo a perderte, castigándote cuando siento que me has hecho daño.
 Pero como espacio abierto, soy libre de comunicarme contigo con sinceridad y autenticidad, pues sé que ya soy el amor que busco; sé que no te necesito para que me completes; sé que, en lo más hondo, jamás puedo perderte. No te necesito para ser plenamente quien soy. No te necesito para que mi relato no se venga abajo. 

Cuando me reconozco como el espacio abierto en el que se permite que todos los pensamientos y sentimientos vayan y vengan, y reconozco que lo que soy está más allá del «hijo, pareja, madre, etc.» y no lo necesita para estar completo, soy libre de establecer un contacto sincero y auténtico con la persona que está ante mí. 

Puedo permitirle ser plenamente quien es, expresarse libremente. Puedo animarle a explorar, a expresar sus verdaderos pensamientos y sentimientos, porque, al fin, no siento que su experiencia sea una amenaza para mi identidad. En última instancia, aunque me abandones, eso no resta nada a mi completud. 

Es la mayor expresión de amor que pueda hacérsele a alguien, decirle: «No te necesito. Te amo, pero no te necesito», es decir: 

«No te necesito para que me completes. Estoy completo sin ti. Pero disfruto de tu compañía en este momento, y me encanta estar a tu lado. Y si te fueras, te seguiría amando..., aunque hubiera dolor o tristeza a causa de tu partida». 

El amor verdadero no pide nada a cambio. 

Jeff Foster


lunes, 23 de marzo de 2020

Ejercicio El Ahora



Enfócate a vivir el momento presente con plena conciencia. 

Se trata de ser testigos en cualquier situación de la vida cotidiana, el momento en que nos sentimos llamados a observar la habitual cadena de pensamientos y de inmediato reencontramos un aquí y ahora que nos devuelve a la Presencia. 

Como bien sabemos, la mente pensante, no solo opera en el mundo de la dualidad y dividiendo sujeto de objeto, sino que además, se dedica a rastrear el pasado y proyectar el futuro. Es decir, la mente pensante vive y se desenvuelve en el tiempo porque en realidad, ella crea el tiempo. 

Cuando nuestra mente recuerda el dolor y lo proyecta al futuro, crea automáticamente temor, y por el contrario, cuando recuerda placer y asimismo lo proyecta al futuro, crea deseo. 

La conciencia pura que en realidad somos sin embargo, vive el Presente. Todo momento presente vivido en la consciencia del ahora, es un momento liberado del tiempo y la ansiedad que este conlleva. 

Lo infinito o eterno, no se basa en la cantidad más larga o ilimitada de tiempo que contenga, sino en el no tiempo, en la vivencia fuera y más allá del tiempo. 

Es por ello que todos los momentos de presente puro que vivenciemos son momentos de infinitud y totalidad. 

Durante el dia, atestigua cualquier espacio cotidiano, ej. hablando con alguien, paseando, respondiendo al teléfono, en el cuarto de baño, comiendo, conduciendo, abrazando, bailando, contemplando…..salimos de la cadena asociativa de pensamientos encadenados inconscientes, y de pronto, sucede el momento mágico del puro ahora. De pronto sentimos que las brisas del despertar han rosado nuestra mente y nos vivenciamos desde la Esencia. 

Nos ha costado muchos miles de años desarrollar la mente pensante, ¿Cuánto nos costara el despertar de la conciencia?. 

Cada espacio, cada minuto en el ahora, es un minuto de conciencia, y por ello supone una aportación a la masa crítica de una Humanidad que anhela atravesar la dualidad del pensamiento y su consiguiente tiranía. 


Observa durante el dia, como se incrementan los momentos entregados al ahora, una ahora plenamente compatible con la acción eficaz y puntual de los objetivos materiales de nuestra persona. 

Atención al súbito atravesar el pensamiento y sus esquemas. 

Atención al regocijo que brota en los momentos en los que se contempla. 

ATENCIÓN 


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