Algunas
personas piensan que este vivir centrado en sí mismo puede conducirles a una
indiferencia o apatía por todo lo externo.
Confunden
la independencia interior con la indiferencia o frialdad. Piensan erróneamente
que si no se identifican con lo que ocurre, personas o acontecimientos que
rodean su vida, no pueden sentir su impacto. Y es que uno sin darse cuenta
tiende a interpretar el estado de no identificación con el estado de
aislamiento interior en que uno se cierra a la impresión de lo externo y lo
mira todo solamente desde fuera; y no es esto.
Cuando
uno aprende a estar centrado uno puede abrirse totalmente a1 impacto, a la
impresión, y uno tiene mucha mayor sensibilidad que antes, mejor dicho, tiene
la misma, pero dispone de ella del todo, cosa que antes no ocurría porque
siempre había una actitud de rigidez como autoprotección.
En
el momento en que uno se siente seguro, fuerte, ya no tiene necesidad de
protegerse, porque no se siente amenazado, y entonces es cuando puede aceptar
lo que venga. Pero si yo no me siento yo en mí mismo y tan sólo me apoyo en
unas impresiones, o en unos estados de ánimo, forzosamente he de retener estas
impresiones, o buscar otras que sean más positivas y agradables para mí, a fin
de sentirme artificialmente más fuerte.
Por
eso el lograr esta actitud de atención central, se traduce en una libertad y en
un aumento de poder interior. Uno dispone de sí mismo, dispone de su
sensibilidad, puede abrirse. No queda impresionado ni por las ideas, ni por las
emociones; uno percibe las propias emociones pero las percibe como algo
exterior al yo. Sin embargo las vive y las siente del todo; no es un simple mirarlas
con un juicio crítico, como hace la persona que está normalmente cerrada, y
como se suele hacer siempre y a diario.
Se
trata de ser yo del todo, sintiendo el yo como centro de este todo. Y entonces
que este yo se abra a la experiencia; y esta experiencia no modificará para
nada al yo, sino simplemente ensanchará su campo de vivencia, su campo
experimental, pero sin hacerle perder en modo alguno esta cohesión, esta
axialidad, esta independencia básica que le caracteriza. En consecuencia, uno
disfruta mucho más que antes.
Y
de la misma manera, uno aprende también a expresarse con más naturalidad, con
más libertad que antes, porque antes uno tenía que estar siempre calculando lo
que decía y cómo lo decía, si representaba un riesgo para la propia seguridad social,
o la idea que los demás se formaban de uno mismo, la opinión, la crítica, etc.
Pero cuando uno vive centrado, ciertamente toma en cuenta el problema de la
crítica, porque es un hecho real, pero no depende interiormente de él y, por lo
tanto, puede expresarse con toda la libertad, aunque de hecho utiliza esta
libertad justo en la medida que lo juzga prudente en cada situación.
Entonces
se produce un modo nuevo de poder vivenciar las cosas y en verdad se disfruta
mucho más que antes. Se parece un poco a lo que experimenta un buen actor
cuando ha de vivir un papel y este papel lo puede vivir muy conscientemente. El
actor disfruta enormemente al representar aquel papel y al expresar aquellos
sentimientos que trata de vivir. Pero en la medida que él se mantiene
consciente, él se siente independiente de aquello que expresa, sin dejar por
eso de sentirlo. O sea, cuanto más capaz es de sentirlo y al mismo tiempo de
mantenerse él mismo centrado, consciente, más aumenta su capacidad de disfrute;
juega mejor porque juega más todo él. Y exactamente igual ocurre en la
receptividad: uno participa más plenamente en lo que ve.
Algo
semejante pasa también con los sentimientos de compasión. Todo el mundo nos
dice que es muy bueno compadecer a los otros, y compadecer quiere decir
compartir lo que el otro siente. Y esto es medio verdad y es medio mentira.
La
compasión es positiva cuando va acompañada de una desidentificación, es
negativa cuando se está identificado.
Abrirse
al sufrimiento del otro es bueno, pero identificarse con el sufrimiento del
otro es aumentar el propio mal y el del otro. Por tanto, esto sólo tiene
sentido cuando uno es capaz de mantenerse independiente interiormente, y en
esta actitud se abre al modo de sentir del otro. Porque, además, sólo así tendrá
uno la capacidad de influir sobre el otro, de poder ayudarle, de reaccionar
frente a él.
En
cambio, si uno está identificado con el sufrimiento del otro sólo aumenta la
cantidad de llanto en el mundo, pero no aumenta nada bueno; sufrir por sufrir
es absurdo; ahora, sufrir para compartir algo y a partir de este algo que
comparte ayudarle a subir un escalón, conducirle a algo más luminoso, esto sí
es positivo.
Por
tanto, creo que la compasión es positiva en la medida que hay esta conciencia
central, esta desidentificación y al mismo tiempo una auténtica sinceridad para
recibir lo que siente el otro.
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