Toda idea a la que me aferro es un deseo que
quiere realizarse. Una parte grande o pequeña de mi identidad ha quedado
retenida allí. En toda identificación o apego, voy perdiendo algo de mí mismo.
La realidad está en mi identidad, sin darme
cuenta me esclavizo poniéndola en ideas en situaciones, en personas. Al hacer
silencio deshago por comprensión esas identificaciones, suelto lo que había
retenido y al soltar me libero a mí mismo, vivo mi verdadero ser sin límites.
Lo que allí puse de mi propia identidad real,
ese apego, ha dado un aparente valor a todo aquello. Pero cuando recupero mi
identidad mediante un acto de "recogimiento interior", como se ha
llamado en nuestra tradición, compruebo que era un valor reflejado.
El acallar los ruidos del pensamiento, el
vaciarme de ideas limitativas, es simultáneo con la plenitud del ser que va
dando sentido a todo lo que hago.
Quién no ha conectado en su interior con esa
plenitud, la busca todo el tiempo donde no está . No puede dejar de buscarla.
Un ser humano, podríamos decir que es eso: un buscador de plenitud. La
experiencia del que busca la felicidad por un camino equivocado es una
experiencia frustrante. Al buscar amor se produce desamor, al buscar paz se
produce conflicto, al buscar alegría, tristeza y depresión. Si hemos
comprendido cómo es el proceso de la búsqueda, o del deseo; renunciaremos, sin
esfuerzo de voluntad, a una experiencia limitada a cambio de la plenitud.
Renunciaremos a una parte por el todo.
La observación paciente y continua va
poniendo de manifiesto lo que verdaderamente sucede en la ambición, la búsqueda
y el deseo. Cuando aparece un deseo, tengo que observar qué lo impulsa, qué le
da fuerza. Puede ser que sienta que me falta amor, paz, energía, etc... y creo
obtenerlo al conseguir algo determinado.
Lo que importa es qué es lo que impulsa mi
deseo, porque si lo descubro podré seguir una investigación que me sacará de lo
ilusorio del vivir condicionado y me conducir a lo real.
Muchas veces estamos divididos: deseo por un
lado ir a divertirme y por otro, quiero ponerme a meditar. Si observo
cuidadosamente lo que sucede, si empiezo a investigar en mí mismo, puedo hacer
una unidad de esa dualidad. Ya que la conciencia es una, debo poder unificar
las dos opciones contrarias en un sólo acto.
Mirando sin división mis deseos veo que lo
que me empuja a irme a divertir, o a cualquier otra cosa y lo que me empuja a
meditar o practicar alguna técnica para realizarme es lo mismo: mi anhelo de
plenitud. Cuando descubra que en el silencio de mi conciencia profunda está
siempre esa plenitud que anhelo, cambiaré el rumbo de mis pasos y los deseos
perderán interés para mí.
Voy comprendiendo a partir de aquí que no
tengo que renunciar a ningún deseo para quedarme en silencio, en el silencio de
la meditación. Si dejo de satisfacer un deseo para meditar, no he comprendido
nada. Y estará creando un conflicto en mi interior que impedirá la aparición
del silencio. Un conflicto produce perdida de energía. Y al no tener energía no
puedo abrirme a la energía profunda que soy.
Todo lo que deseo, lo deseo porque anhelo la
paz o la belleza, la alegría o el amor, que son la expresión natural del ser,
que son mi única naturaleza.
¿Porqué
no ir directamente hacia esa plenitud del amor o la belleza, o la fuerza o la
alegría que intuyo o que ya estoy descubriendo en el silencio interior?
Consuelo Martín