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viernes, 13 de diciembre de 2013

La Conciencia revela la Realidad


Se dice de Chuang Tzu que:
  Una mañana comenzó a llorar. Sus discípulos se reunieron y le preguntaron: «Maestro, ¿qué haces? ¿Qué te ha pasado?». Chuang Tzu dijo: «Tengo un problema. Esta noche he soñado que me convertía en una mariposa».
  Los discípulos dijeron: «¿Pero que hay de malo en ello para que llores y te pongas tan triste? ¡Todo el mundo sueña muchas cosas! No hay nada de malo en que en un sueño te conviertas en una mariposa».
  Chuang Tzu dijo: «Ese no es el problema. El problema es que ahora estoy preocupado porque me ha surgido una duda y no sé como llegar a una conclusión. Por la noche Chuang Tzu soñó que se había convertido en una mariposa. Y ahora me ha surgido la duda: puede que la mariposa esté soñando que se ha convertido en Chuang Tzu».
  Y quién va a decidirlo? Y ¿cómo? Si un Chuang Tzu puede convertirse en una mariposa en su sueño, entonces ¿por qué no puede estar sucediendo lo contrario: que una mariposa posada sobre una flor pueda estar soñando que se ha convertido en un buda?
Puede que todo sea un sueño, no hay forma de refutarlo. Coloquialmente, como mucho, podemos decir que son apariencias. Pero en el fondo no hay forma de saberlo.

  Hay sólo una realidad de la cual puedes estar absolutamente seguro, y esta es la realidad interior. Puedes ir hacia tu interior. Sólo puedes estar seguro de ti mismo, de nada más. Pero una vez que penetras en la certeza de que tú eres...
  Recuerda, hasta en sueños tú eres. Puede que te hayas convertido en una mariposa, pero tú eres. Hasta para que pueda existir un sueño por lo menos tú eres necesario. Todo lo demás puede ser un sueño pero tú no, porque sin ti ni siquiera el sueño puede existir. Hasta para soñar se necesita la consciencia.
  Puedes demostrar que todo es un sueño, pero no puedes demostrar que el que sueña es un sueño, porque el que sueña tiene que ser real, de otra forma los sueños no pueden existir.
  Sólo una cosa es absolutamente cierta y esa es tu realidad interior. Conversión quiere decir ir de un mundo incierto, el mundo de las apariencias, al mundo de la realidad.
Y una vez que tienes esta certeza interior y se solidifica, una vez que sabes que eres, entonces desde esta certeza la visión cambia, y la cualidad cambia. Entonces miras el mundo exterior y se abre ante ti un mundo diferente; este mundo es Dios.

  Cuando estás enraizado en una realidad auténtica, absolutamente cierta, entonces tu mirada tiene una cualidad diferente: entonces hay confianza. Ahora puedes mirar..., y el mundo entero cambia. Entonces ya no son apariencias, sino la realidad, lo auténticamente real.
  Y ¿qué es eso auténticamente real? No son las formas externas. Las formas cambian, pero lo que se mueve a través de las formas es inmutable.
  Primero fuiste niño, luego joven, y ahora te has hecho viejo; la forma ha estado cambiando constantemente. Tu cuerpo cambia a cada momento, la forma cambia; pero si te fijas, en tu interior siempre has sido el mismo.
  Al principio eras una pequeña célula, un átomo en el vientre de tu madre, ni siquiera eras visible a simple vista; después fuiste un niño pequeño; luego un joven lleno de sueños y deseos; y después, frustrado y abatido, un fracaso; un viejo. Pero si miras en tu interior, todo ha seguido igual. La consciencia nunca cambia. Si miras adentro te sorprenderás: no puedes sentir qué edad tienes, porque la consciencia no tiene edad. Si cierras los ojos no puedes decir si tienes veinte, cuarenta o sesenta años, porque la edad es algo que pertenece al cuerpo, a la corteza. Tu realidad no tiene edad; nunca ha nacido y nunca morirá.
  Una vez que te centras en esta eternidad, inmutable, absolutamente inmóvil, entonces tu cualidad cambia. Entonces puedes ver, entonces te conviertes en un espejo. En ese espejo se refleja la realidad. Pero antes tienes que convertirte en un espejo. De momento estás tan agitado, tan inquieto, que no puedes reflejar nada; sólo distorsionas. La mente distorsiona la realidad, y la consciencia la revela.   
                                                                                                                                                  Osho

miércoles, 11 de diciembre de 2013

¿Porqué aprender a liquidar las situaciones pendientes?


 La mente debiera funcionar como un registro y un transformador de entradas y salidas: percibo una situación que llega hasta el fondo; la mente entiende el significado de la situación y provoca una respuesta del fondo total a la situación.

  En el niño pequeño  ocurre a cada momento hay una entrada hasta el fondo y una salida de éste totalmente completa, adecuada a la situación, es decir que la situación no deja residuos porque la respuesta es completa. Pero precisamente el proceso en la infancia por el cual yo me adhiero a un modelo que trato de cumplir y luego me identifico con la idea que me hago de mí, hace que haya un montón de cosas que yo no puedo expresar o que trato de no admitir. Es decir, interviene una censura constante, lo mismo de lo que me viene del exterior y de lo que tiende a salirme del interior.

  Todo esto hace que este funcionamiento libre y completo, total, deje de funcionar, así entonces vayan quedando dentro de nuestra mente profunda (inconciente) una cantidad, sea de ideas, sea de emociones, sea de energía vital, en forma de protestas, en forma de resentimiento, en forma de deseos, en forma a veces de ideas muy buenas, de aspiraciones muy buenas. De manera que lo mismo hay cosas en el lenguaje corriente podemos llamar buenas, como malas, que han quedado dentro porque la censura no ha permitido que salgan, y eso hace que haya unas situaciones que han quedado interrumpidas, que han quedado a medio vivir, y esas situaciones a medio vivir, están empujando desde dentro para acabarse de vivir, porque lo natural es la vida total. Cuanto más cosas hay, mayor es el esfuerzo que he de hacer para evitar que salgan, lo cual equivale a decir: ”cuanto mayores presiones tengo, con mayor tensión vivo”, porque ese esfuerzo para que no salgan es el que crea la tensión: tensión mental, tensión emocional y tensión física.

   Yo no tengo libre acceso al fondo central que soy si no limpio, si no vacío, si no liquido todas esas cuentas pendientes que hay en mi interior, y esto es una necesidad natural. Yo puedo vivir con todo eso a cuestas, pero un día u otro, aunque sea al dejar el cuerpo físico, todo eso tendré que revivirlo en un intento de liquidarlo, y esto es lo que constituyen los estados post-mortem, que se llaman a veces de cielos o infiernos intermedios o el purgatorio.

   Es revivir todas las cosas que están pendientes porque entonces desaparece la censura, la capacidad de censurar, o por lo menos disminuye mucho y todo lo que está dentro empujando tiende a salir.
  Las cosas que no he vivido, que no he acabado de vivir ¿porqué no las he acabado de vivir?. Porque mi mente consciente ha dicho no, ha censurado, ha dicho: “prohibido”, sea porque no está de acuerdo con la moral aceptada, sea porque yo tengo miedo de sentirme mal o porque se opone al modelo ideal que yo me he hecho de mi mismo. Por una u otra razón la cosa ha quedado interrumpida por un gesto de contracción mental que quiere decir “no”. El “sí” quiere decir apertura, el “no” quiere decir contracción.

  Se trata de que viendo la necesidad de vivir toda mi verdad, en lugar de decir “no” a la situación yo le diga “si”. Se trata del gesto interior por el cual yo acepto vivir todo aquello que está pendiente, sea agradable o desagradable, por una exigencia de vivir toda mi verdad, de ser sincero, de ser yo de una pieza.

    El modo concreto de proceder es: en una situación de tranquilidad, de relajación, evocar la situación, una situación que uno recuerde, que sea la más dura, aquella situación que ha dejado en mí como una carga, un peso, y que de algún modo está lastrando toda mi vida. Tal vez el caso de resentimiento hacia la madre porque uno no ha recibido el afecto y comprensión que esperaba sino quizá lo contrario, y entonces, eso es un peso que está dentro o puede ser cualquier otra situación.

 Entonces se trata de revivir la situación. Y revivir la primera, la más antigua, la inicial, la más profunda si uno se acuerda. Si no, partir de lo que uno recuerda, y permitir, manteniéndose  muy conciente, que esa situación adquiera en mi mente toda la fuerza que tenía en su momento. Se trata, pues, no solamente de recordar, sino también sentir lo que va junto con el recuerdo. Esta fase del sentir es fundamental. Veréis que cuando uno empieza a evocar la situación y a permitirse sentir viene inmediatamente una tendencia a cerrar o a reaccionar en contra,  que es lo que hemos estado aprendiendo a hacer toda la vida, desde pequeños, y ahí es cuando, estando alerta, debemos decir “no”.

 Ante esa situación no debo quejarme, no debo agredir, no debo cerrarme y huir, debo vivir la situación del todo y aceptar el malestar que produzca. Es aceptar aquella realidad tal como está grabada dentro. Esto, a veces, puede ser muy difícil porque dentro puede estar registrado como algo muy penoso, muy desagradable, y se trata de que, en la medida que yo pueda, acepte vivirlo. Aceptar simplemente, que no es interpretar, no es justificar; simplemente aceptar vivir, que es lo que yo no acepté en su momento.

   Cuando yo voy permitiéndome sentir todo, sin reaccionar agresivamente, sin huir, entonces llega un momento en que, después de pasarlo mal y permitir que este pasarlo mal lo viva abierto, con sinceridad, a fondo, curiosamente desaparecerá el malestar. No porque yo lo elimine, lo borre, lo inhiba, sino porque desaparece.

  Cuando yo permito que una experiencia se viva desde el fondo, el fondo la absorbe y la liquida completamente, tanto la idea como la carga emocional y el dolor. El fondo tiene el poder de absorber y diluir definitivamente toda experiencia. 

 Es porque no hemos permitido que la experiencia penetrara hasta el fondo por lo que ha permanecido en nosotros. Se trata de abrir la mente, lo cual quiere decir aceptar vivir la cosa como idea, como imagen, como sentimiento, como dolor, como placer, lo que sea; libremente. Y cuando yo lo admito y me mantengo así, aquello que estaba detenido dentro fluye hasta el fondo y se diluye definitivamente.

                                                    Material de Antonio Blay Fontcuberta